A suerte y verdad

La reapertura ha venido acompañada de un riesgo significativo para las personas y para la administración del sistema de salud pública.

Con una cadena compleja de variables, todas de difícil manejo como suelen serlo los asuntos sociales, la vuelta a la vida sin confinamiento ha sido decidida a suerte y verdad.

Hoy día no es posible vivir por largo tiempo confinado, como en los recintos medievales, con una red mínima de relaciones personales y económicas sin que se resientan seriamente la cartera y la estabilidad psíquica.

La naturaleza propia del dominicano, con una precaria sujeción a las reglas, ha sido desde el principio de este período especial un elemento de consideración en el manejo del distanciamiento entre personas proclamado como medida sanitaria. Ahora, con la incertidumbre del presente, unos, y del futuro, otros, con más razón.

Desde el principio el alto porcentaje de la población económicamente activa que deriva sus ingresos de actividades informales ha sido una variable de mucho peso contra el acatamiento de la cuarentena.

La reapertura, ideada por etapas, ha sacado a las calles a quienes tienen que salir por el deber y a quienes se sienten asfixiados por el confinamiento.

Y como si fuera poco, la coincidencia del impacto de la pandemia con un proceso electoral, que ha confrontado desde el primer momento a los encargados de administrarlo con desafíos importantes, es para las instituciones dominicanas un compromiso ineludible.

Ahora la administración del área de la salud y el Comité de Emergencias y Gestión Sanitaria para el Combate del Coronavirus observan con preocupación la expansión del contagio, pero esto ocurre en medio de un apasionado e inevitable proceso electoral.

Apasionado, porque entre nosotros no hay elección presidencial sin fanatismo; inevitable, porque el 16 de agosto el Estado tiene que contar con la instalación de un nuevo gobierno y un nuevo Congreso Nacional, como lo impone la Constitución de la República.
La suerte está echada.