
Al ver que una de las deidades menores del parnaso criollo de la auto-invocada incorruptibilidad era designada en una delicada función pública, postee que es mejor halar la carreta con bueyes ajenos si los propios no sirven, pero uncir a la yunta a bestias incapaces de pisar el fango augura mala cosa… Diunavé llovieron las llamadas alegando que la modestia patrimonial denota honestidad.
¿Hasta cuándo seguiremos creyendo que la corrupción es sólo robar dinero? La deshonestidad intelectual, medrar en la política a la caza de empleos gubernamentales (¡hasta “honoríficos”!) o traicionar cualquier confianza merecedora de respeto, me parecen formas de corrupción tan deleznables como cualquier otra.
Por definición, corrupción es alterar o trastocar algo; echarlo a perder, depravar, dañar o podrir; sobornar a alguien con dádivas o de otra manera. Pueden corromperse o viciarse las costumbres o el habla. Su reveladora etimología es de origen latino y teológica. “Corruptionem” se refería a destruir o dañar cualquier cosa, especialmente por desintegración o descomposición.
El diccionario de Oxford, en inglés, añade que la corrupción es “la perversión de la integridad por soborno o prebenda”, que es una de mis definiciones favoritas, por los matices de pervertir tras la presunción de integridad o virtud cívica del que es corrompido. Webster ofrece una sucinta y más contundente explicación. La corrupción es, simplemente, “la perversión moral, depravación”, y su antónimo es la honestidad.
Mi amigo Jacques Ponty mencionó una Inolvidable respuesta de Balaguer a un periodista que durante semanas le enrostraba flagrante corrupción a incumbentes del Gobierno: “ahora -dijo el gran estadista- me referiré a las denuncias en la prensa sobre los funcionarios corruptos, con una pregunta, díganme ustedes ¿a quién pongo? ¿¡A quién?!”.
La muy penosa realidad social nuestra es que, con raras excepciones, quienes no se corrompen por el poder es porque no han llegado y la fila para subir o volver es larga. Y ni hablar de capacidad, destrezas o idoneidad.