A mi amigo German Marte, con cariño
Ay, German, veo que te inscribes en los que creen que el problema está en la sábana. Es fácil señalar al más débil. Y tú y yo sabemos que esto que viven nuestros muchachos, de eso que te quejas, es una cuestión de sistema. Un sistema caduco que se reinventa para venderlo y comprarlo todo.
¿Quiénes provocaron la involución que vivimos? Pues los que escuchaban a Silvio, Serrat y compañía. Los que leían a Neruda, a Marx y Benedetti. Los que están dirigiendo el Estado de forma corrupta y sin capacidad. Esos perversos de los círculos de estudios y asambleas eternas.
Son esos ilustrados los que roban elecciones. Son esos ilustrados del pasado los que señalamos de corruptos… Tú y yo sabemos de compañeros y amigos ilustrados que consumen drogas más que esos chicos que hoy señalas en tu artículo. Pueden ser sinónimos de la promiscuidad. Políticos, empresarios, miembros de la sociedad civil –sí, de esos que protestan en marchas y quitan gobiernos–, que organizan fiestas privadas parecidas a las de los vídeos de Tokischa y compañía: menores, sexo, violencia y drogas.
No, German, esos muchachos no son los que están mal. Son víctimas. Están devolviendo lo que les hemos dado como padres y abuelos. Miremos al barrio a ver qué es lo que viven desde antes de nacer. No les podemos exigir que hagan poesía como nosotros, los pequeños ilustrados. Ellos no tienen dinero para comprar libros, ni guitarra. Las casas de los pequeños ilustrados están llenas de instrumentos musicales para adornar salones, los pequeños ilustrados tenemos paredes llenas de libros que no leemos. Esos muchachos ni los libros escolares pueden tener.
Te preguntas: ¿Qué pasó? ¿Cuándo fue que nos rendimos ante los más atrevidos exponentes de los antivalores y el mal gusto? ¿Cuándo fue que le cedimos el espacio a la mediocridad para que se enseñoreara? Y las repuestas están claras. Miremos al PRM, miremos al PLD, miremos a esos empresarios buitres que les importa tres pepinos responderte porque se nutren de eso que tú te quejas. Miremos a los sesenta, porque estos lodos vienen de esas aguas.
Una gran parte de nuestra juventud se regodea en la pocilga que les hemos creado. Ellos han visto la vulgaridad de la corrupción empresarial, política, policial, religiosa, de comunicación… ¿Eso lo dirige la juventud? No, esos cerdos son que nos han dirigido estas últimas décadas, los pequeños ilustrados que leían y escuchaban la música que tú añoras.
La depravación de grado superlativo es la consecuencia que ellos viven desde pequeños. Vivo en una calle donde hay más de tres puntos de drogas. Jóvenes, adultos y viejos hacen filas para comprarla. La policía mira para otro lado. Coño, German, los organismos de seguridad del Estado son señalados como los dueños de esos puntos… ¿De qué tú quieres que canten si es lo que les hemos dado? Si es lo que han vivido desde antes de nacer: droga, violación, incesto, hambre, desempleo, mala educación, inseguridad… que depravados somos cuando les exigimos a esos jóvenes que hagan arte como lo hacen los europeos o como lo hacíamos treinta años atrás.
Hay que reclamarle a los medios de comunicación o al menos buscar repuestas en ellos. A los medios no les interesa los muchachos que escriben, ni los que hacen teatro, ni los jóvenes que pintan, ni los jóvenes que tienen “buenas letras” en sus canciones. Esa vaina no vende diarios, ni da likes, ni se hace tendencia. Los medios quieren que las Tokischase multipliquen para mantener vigencia, para mantener la empresa; sí, el dinero.
Por favor, no seamos ingenuos. La pandemia sacó ese virus del mal gusto, pero es un virus que está en nuestra sangre. Es un virus muy difícil de curar. Y más cuando los pequeños ilustrados queremos ver la culpabilidad de la fiebre en la sábana y no en la enfermedad. La pandemia nos metió en las casas, nos quitó la fiesta y fueron ellos –acostumbrados a estar encerrados en el barrio, acostumbrados a la promiscuidad–, los que están produciendo música y audiovisuales, los que se han convertido en tendencia, los que descubrieron que en las redes sociales había dinero y que no necesitaban tener apellidos, ni familia, ni educación, ni empleo para ganarlo. Vieron que solo tenían que contar lo vivido para marcar la tendencia. Y mientras los pequeños ilustrados esperábamos que nos dieran permiso para comprar por turnos en los supermercados y farmacias, encerrados en nuestras casas, repletas de libros que no leemos y de horas de Netflix, ellos invadieron nuestros aparatos móviles y nos mostraron las mierdas que somos y ahora nos escandalizamos, porque nos trastocaron la vida. Joder, German, cómo nos escandalizamos por ver, escuchar y oler lo que ellos han vivido por los siglos de los siglos. Nosotros llorando para que tapen la mierda que ellos están acostumbrado a oler.
Te pregunto: ¿Tienen esos muchachos, que escuchar música de otro tipo, música que no tiene que ver nada con sus realidades para ser lo que somos los pequeños ilustrados? ¿Tienen esos muchachos que leer libros en un barrio, en una vida sin comida, sin luz, sin privacidad, para parecerse a nosotros que les hemos fallado dándole el mundo que les hemos dado y que les vamos a dejar?
Creo que a esos muchachos hay que celebrarlos. Esos muchachos sin educación, sin padres, sin empleo, sin oportunidad, sin comida, en su callejón; están saliendo de esa pocilga, para mostrarse y demostrarle al mundo que su sistema con ellos ha fracasado. Gracias a Dios esas oportunidades se han democratizados. Antes, producían arte los que tenían dinero para comprar libros, comprar instrumentos musicales, para comprar papel y pinceles, para comprar una cámara, para pagar estudios de grabación, para viajar, para escuchar a Serrat, Silvio y compañía… ahora que han visto su sistema envejecer y fracasar se rasgan la vestimenta, se escandalizan. Yo aplaudo lo que está pasando, porque están mostrando lo que somos como sociedad. No podemos ser Blades, no podemos ser Sabina ni Ana Belén… porque esos artistas tenían otro contexto histórico, otras oportunidades. Tenían muchas vainas resueltas. Estamos ante la invasión del bajo mundo.
Los artistas crean a partir de lo que viven o desean vivir. Si te fijas, Juan Luis Guerra comenzó cantando colgado de una Onatrate con un pie adentro y otro afuera, haciendo magia para trabajar, con dos cubetas para mojarse la vida y enamorarse de ella. Ahora la realidad de Juan Luis cambió, ahora Juan Luis le canta a su cuenta de ahorros, a su guitarra Fender, a su libro de sushi comprado en Perú, a su bata de baño, a su bici, su moto, sus discos de rock, a su piano de cola, a su agua Perrier, ¡kitipun!, ¡kitipun! Esos muchachos no pueden cantar del amor que no tienen, no pueden cantar de un futuro que no creen, no pueden cantarle a una esperanza que le hemos robado, esos muchachos no pueden hablar de sueños robados porque los ruidos, los pleitos de sus padres y madres (si es que tienen) no los dejan dormir. Esos muchachos reproducen su vida. Yo quisiera que ellos también le puedan cantar a un amor de conuco, que en el río Ozama se puedan ver los peces, y no la basura que tienen de patio, para mojar pecera y que las burbujas sean de amor y no del humo de la juca, pero hay muchas realidades en nuestro país. Y es verdad, la del bajo mundo es incómoda, pero no por ocultarla y sacarla de los medios es que van a dejar de existir.
En tu artículo pides que precisamos una vuelta a los valores, pero ¿Qué valores? ¿Los de los empresarios con corazón de dinero o de los sacerdotes violadores de niños? ¿Los de los comunicadores bocinas y vendidos? Nos dices que fomentemos el espíritu revolucionario, pero ¿cuál de los espíritus? ¿Los de estos políticos corruptos e incapaces que venden hasta a su madre para multiplicar su permanencia en el poder?
Pides valores, pero no exiges escuela de música, cine y teatro para los barrios. Señalas a los Tokischas, pero no exiges pagos dignos a los gestores y profesores de arte. Vamos a pedir padrinajes a los artistas, vamos a gestionar condiciones para que esos habitantes del bajo mundo tengan facilidad para producir arte sin tener que venderse al narco… Vamos a crear condiciones para que esos muchachos no tengan que hacer explícita sus realidades.
Ay, German, es verdad, estamos en los finales. Pero en los finales de un sistema que fracasó. Y son esos muchachos, esas muchachas que están asumiendo eso que les dimos y nos lo están vomitando en la cara. Y por eso veo luz en ese bajo mundo.