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A propósito de la moral y cívica

Altagracia Suriel
📷 Altagracia Suriel

Con la formación y moral y cívica se educa en la honestidad y la integridad que tanto necesitamos.

La lucha contra corrupción se ha convertido en el centro de la movilización social en los últimos años. Poner fin a ese flagelo es una aspiración obligatoria de toda sociedad que quiera avanzar en el camino al desarrollo, pero, los esfuerzos para lograrlo no tendrán todo el impacto esperado si se centran solo en el gobierno.

Acabar con la corrupción no es solo exigencia de aplicación de justicia, transparencia, rendición de cuentas o leyes anti lavado de activos. Hay que ir más allá.

Bernardo Kliksberg plantea que “la buena educación es la única manera de combatir la corrupción”. El BID ha realizado estudios que demuestran que a mayor educación cívica hay menos permisividad de prácticas corruptas y menor tendencia a violar la ley.

Hay que formar personas éticas y con mayores niveles morales desde las familias y las escuelas. Es necesario educar a los jóvenes en los valores de la integridad, la legalidad y las consecuencias individuales y sociales de las conductas poco éticas.

Rescatar la formación moral y cívica como asignatura en los centros educativos es un gran comienzo. La educación para la ética no puede ser una concepción abstracta o transversal que se diluya en otros contenidos. Si queremos adultos íntegros, enseñemos a los niños y jóvenes a serlo.

Educar en la honradez puede curar la anomia de la sociedad dominicana y contribuir a poner fin a la cultura del “dame lo mío”, del tigueraje, la viveza y el padrinazgo que inducen a los antivalores que queremos desterrar.

Ya sabemos que la mejor forma de educar es con el ejemplo porque nadie puede dar lo que no tiene. Por eso la educación moral no puede quedarse sólo en la escuela, tiene que involucrar a la familia y a toda la sociedad si queremos desterrar la cultura del narcisismo y el afán de lucro que tanto inducen a prácticas poco éticas.

Es entre todos que tenemos que construir una moral social basada en el bien común, no en los intereses particulares que dañan a todos.

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Altagracia Suriel

Columnista de El Día

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