A propósito de Friusa
Cuando una persona se va del lugar donde nació a instalarse en otro país hace grandes esfuerzos para aprender lengua, maneras y costumbres comunes de la comunidad receptora.
Pero cuando muchas personas emigran a un destino común su comportamiento puede tener otras características: se reúnen en barrios, o los forman desde niveles de precariedad a veces deprimente, se acorazan en su “cultura” y reproducen las pautas de vida de su país.
Una muestra de esta manera de vivir, comportarse y reproducir la realidad de la que se ha salido la encontramos en El Pequeño Haití, unas cuadras cercanas al Mercado Modelo de la Capital, en las que han sido observadas durante muchos años costumbres haitianas en medio de un ambiente social dominicano.
Lo mismo en los bateyes de las plantaciones cañeras, a donde iban a dar activistas sociales y personal de organizaciones no gubernamentales interesados en sensibilizar a patrocinadores extranjeros.
Esta realidad también puede ser hallada en el entorno turístico del Este del país, particularmente Friusa, donde una numerosa comunidad de haitianos, atraídos por un vigoroso mercado laboral, vive a tal punto acorazada en su ser nacional, que a quien quiera una muestra en pequeño del Haití urbano pudiera bastarle con pasearse una “primanoche” por las calles del sector.
La deprimente precariedad de los bateyes existe porque la Administración —los gobiernos— la permite, y lo mismo puede decirse de lo peor de la manera de ser del haitiano, como puede serlo la violencia.
Y otro tanto se puede afirmar de Hoyo de Friusa y Mata Mosquito, barrios hechos por haitianos en el Este.
Si de algo puede llegar a servir una marcha hasta Fruisa, o por las calles de esta parte de Bávaro, debe ser para llamar la atención de las más altas autoridades acerca de la dañina preferencia por dejar hacer sin regular, causa de tantos entuertos entre nosotros mismos.
Cualesquiera otras finalidades no son más que provocaciones desproporcionadas.
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