Por Elías Ruiz Matuk
Era oriunda de San Pedro de Macorís, serie 23, como orgullosamente siempre decía, hija de doña Zoila Carrión y José Matouk (como originalmente se escribía el apellido), un prolífero libanés que tuvo como 17 hijos y que vino al país, así como lo hicieron muchos de su país, huyendo aquel imperio otomano o turcos, y buscando precisamente bienestar económico.
San Pedro de Macorís, en aquella ocasión, contaba con una bonanza económica producto de la industria azucarera y otros rubros, un puerto y desde el mismo río Higüamo, acuatizaban aeronaves preparadas para esos fines. Virgilio Díaz Grullón, petromacorisano, describió en uno de sus cuentos en su obra “De Niños, Hombres y Fantasmas” , “la danza de los millones” que se vivía en aquella época.
Mi abuela, originalmente era de La Vega, pero se trasladó para San Pedro de Macorís, “con el árabe”. Las cosas no salieron bien entre la pareja posteriormente, abandonándole con sus hijos para su propia crianza.
Nuestra madre sobrevivió a las vicisitudes planteadas ante la pobreza que creó el desamparo de su padre. Nunca desanimó. Entonces casó con nuestro padre con quien procreó cinco hijos.
Sus estudios no llegaron sino hasta el sexto de primaria, pero su sabiduría la expresaba a través en las frases y refranes que aprendió: “Te vas a encontrar a un policía envuelto” , decía casa vez que uno cuando muchacho, llegaba con algo que se había encontrado en la calle. “Vaya y devuelva eso donde lo encontró, que si no es suyo es de alguien”.
“El que evita no es cobarde”, decía para aconsejarnos que no nos buscáramos pleito en la calles, pero si nos encontrábamos en esa dificultad, entonces decía “si te dan y es más grande que tú, pártelo, que aquí resolvemos”.
Debido, precisamente, a que no pudo terminar sus estudios por sus problemas económicos y porque era la hija mayor y tenía que ayudar a la abuela a cuidar a sus hermanos, siempre mantuvo un incentivo para que sus hijos buscaran el camino de la enseñanza: “estudien mis hijos, estudien, que es lo único que les puedo dejar, porque no tengo riquezas, solo educación”. Esa frase la decía tan insistentemente, que todos terminamos nuestras carreras universitarias.
Tenía la mano dura para las correcciones y a hembras y varones imponía un oficio en la casa, “para que se defiendan”. “Ustedes no saben si les va a tocar vivir solos”. A veces la vara, solo la usaba para amedrentar, pero llegó a pegarnos muy fuerte, aunque después se arrepintiera.
Pero asimismo con esa misma mano dura, las convertía de seda y nos recostaba sobre sus piernas para revisarnos minuciosamente, las uñas, los oídos y para ver si teníamos alguna mancha o habíamos recibido algún golpe en nuestro cuerpo.
Cuando nos mandaba a dormir decía “vayan al baño y hagan pipí antes de acostarse”, y ya en nuestras habitaciones iba a revisarnos para ver si estábamos arropados, lo que hacía entonces ella misma, causando una especie de confort maternal.
Este diez de julio, mami, Amalia Matuk Carrión, como enfatizaba, hubiese cumplido 78 años. Ya hace ocho años de su desaparición física, pero vive inmensamente a través de sus consejos y frases ceremoniales que aún perviven en nuestra mente, en nuestros corazones y en nuestra alma.