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Jóvenes y nuevo humanismo

Jóvenes y nuevo humanismo
José Mármol

Estamos siendo testigos del desarrollo de la era del conocimiento y de la gran revolución tecnológica y digital. Testigos, nosotros, a veces conscientes, a veces inconscientes; a veces entusiastas y otras críticos; a veces esperanzados y otras escépticos o pesimistas. Nuestra juventud no es en nada inocente ni está ausente de estos procesos sociales; no les son ajenos. Antes al contrario, tienen sensibilidad ante ellos y son conscientes.

Los jóvenes de hoy, millennials y nativos digitales, mecen su existencia entre la dinámica “vita activa” y “vita contemplativa”, desde la perspectiva de Hannah Arendt y su análisis de la condición existencial de mediados del siglo XX.

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Es fácil reconocer que existen países de un primer mundo o poderosos, un segundo mundo o con potencial de desarrollo y un tercer mundo, siempre ilusionado con las vías del desarrollo o por superar las líneas de pobreza y pobreza extrema.

Son países que, por medio de la conquista genocida, explotación y hurto se convirtieron, a partir del siglo XVI, en países industrializados, hoy cien o más veces más ricos que aquellos a los que desvertebraron social y culturalmente, y quebraron económicamente.

Richard Rorty nos sugiere, en su obra “Filosofía y esperanza social” (1999) lo siguiente: “Nuestros hijos necesitan aprender cuanto antes a percibir las desigualdades existentes entre sus propias fortunas y las de otros niños, no como efecto de la voluntad divina ni como el precio necesario que hay que pagar por la eficiencia económica, sino como una tragedia evitable”.

Una tragedia cuya expansión debemos empeñarnos en evitar como responsabilidad de las presentes y futuras generaciones.

La desigualdad es el peor de los males sociales de nuestra era moderna líquida, global y consumista. Zygmunt Bauman (2005) nos da una pista acerca de cómo la desigualdad y fragmentación sociales pueden explicarse hoy día mediante un desplazamiento de conceptos similar al movimiento de capas tectónicas.

Sugiere que es la exclusión, antes que la explotación analizada por Marx, “lo que subyace actualmente en los casos más manifiestos de polarización social, de profundización de la desigualdad, de crecimiento de los volúmenes de humillación, sufrimiento y pobreza humanas”.

La exclusión ha desplazado la explotación. Nuestros jóvenes han dado muestras de estar más empoderados en reclamos de carácter social, medioambiental (combate al cambio climático y calentamiento global, y trato humano a los animales) y en solidaridad. Luchan contra la explotación humana que genera la exclusión global, social, identitaria y cultural.

Solo si logramos cambiar nuestro modo de pensar y de sentir el mundo estaríamos en condiciones de construir uno mejor. A pesar de que el estadio actual del capitalismo y la modernidad tardíos imponen al individuo el desafiante imperativo de ser él mismo, colocándolo al borde de la individualización inmisericorde y rampante, el proyecto de vida joven, en sentido profundo y más allá de las evidencias consumistas de afición por los artefactos tecnológicos desechables y la hipervelocidad, está luchando por recuperar los valores auténticos de la libertad, sin las ataduras neuróticas y patológicas de la sociedad del trabajo y el rendimiento, de acuerdo al lenguaje de Byung-Chul Han (2015) y de la contemplación y vida armónica con la naturaleza, los animales, las cosas simples y el arte.

Celebro la actitud de padres jóvenes que se esfuerzan en sensibilizar y concienciar a sus hijos sobre la necesidad de reducir las brechas económicas, educativas y tecnológicas; mitigar las desigualdades y la pobreza; borrar los prejuicios de distinción entre nacionales y extranjeros o superiores e inferiores socialmente.

Están creando un nuevo tejido social que podría ser base de un mundo más justo: el de las humanidades digitales.

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