Un himno, como se sabe, es una composición poética o musical, y como tal es un todo unificado en cada una de sus partes.
El origen del término es bíblico; específicamente desciende de los Salmos, los cuales fueron concebidos para ser cantados; por tanto, es sagrado.
No se puede cambiar una sola palabra (no importa si es sinónimo o no de otro vocablo; además, no hay sinónimos absolutos) sin que antes no se resienta el texto entero.
Es algo parecido al principio de funcionamiento en un sistema: cambias o remueves una pieza, y se puede alterar el sistema por completo. Así las cosas, ¿qué habría de hacerse entonces, en el caso particular del Himno Nacional de la República Dominicana, con la palabra “Quisqueya” en el verso Mas Quisqueya la indómita y brava…? Si se coloca el término Dominicana, que es pentasílabo, para que sea uniforme con lo que sería dominicanos (que es el cambio propuesto al principio de la primera estrofa), en lugar de Quisqueya, que es trisílaba, ya de plano rompería el ritmo interno de la composición; el verso de la cuarta estrofa perdería su belleza y musicalidad. Y si por azar se dejare esta como está, entonces desentonaría con “dominicanos”, al inicio de la composición.
Por la misma razón, ¿qué se haría con el nombre indígena, que figura de nuevo en la novena estrofa? Si se decide cambiarlo en un lugar, hay que hacerlo cada vez que aparezca en otro lugar.
Este trabajo viene a cuento como reacción a una propuesta de cambio a una de las palabras del Himno patriótico dominicano, en una ocasión, de manos de un legislador, y recientemente, propuesto por un abogado que se le ha ocurrido retomar el tema.
Henry James, reputado novelista norteamericano, tomó del francés el término donné, que significa en traducción libre “lo que es dado”, para decirnos que hemos de respetar la decisión de cada escritor imaginativo cuando trabaja con los materiales de su oficio, de su arte; es decir, este los piensa, los verifica con detenimiento; por así decirlo, los mide y los pesa, quita, agrega y cambia aquí, allá y acullá constantemente.
Pensándolo bien, en ese verificar las palabras, su ritmo y su sentido, en removerlos, añadirlos, y a la inversa, agregarlos y quitarlos –cual si fuese un juego de prestidigitación–, pensarlos, “medirlos” y “pesarlos” por doquier, ¿quién quita que Emilio Prud’Homme (el autor de nuestro Himno Nacional) no haya tanteado la posibilidad de colocar el término “dominicanos” ahí donde aparece “quisqueyanos”, pero que al final se decidiese por este último vocablo como una forma de entroncar un símbolo tan importante para el origen de la identidad dominicana como es nuestra Canción Patria, con el nombre original del país y todo lo que ello implica? Como muy bien sostiene James, el lector, frente al material que le es dado al escritor imaginativo, se metería de intruso en el texto si hace el intento de cambiar o alterar cosas en él.
El escritor imaginativo sabe el qué, el cómo, y el porqué hace lo que hace.
Otro punto: nuestro país, desgraciadamente, no tiene un nombre propio, como lo es Brasil, Venezuela, Colombia, Argentina, y demás.
Es cierto que también se hace referencia a estos países como República Federativa de Brasil, por ejemplo, pero se queda el término Brasil como sustantivo por sí solo; o República Bolivariana de Venezuela, pero está Venezuela, y así por el estilo. Ahora, República Dominicana, ¿dónde está su sustantivo? Dominicana, no es verdad que lo es. No figura en nuestra primera Constitución como nombre de manera individual.
Como resultado, Prud’Homme, pudo perfectamente haber ponderado este asunto al momento de escribir el himno; sin embargo, pudo por igual haber tenido esa salida tan fácil como honorable en haber resuelto el problema colocando “Quisqueya” y “quisqueyanos” para referirse a su país y sus paisanos, inmediatamente después de haberse dado el grito de Independencia. Algo similar ocurre con los poemas “Ruinas” (1), “Diez y seis de agosto”, “Colón” y otros, de Salomé Ureña, en “Cantos a la patria” (Biblioteca de clásicos dominicanos, 1989). Aun cuando nuestra gran poetisa pone por título a uno de sus poemas “A los dominicanos”, el nombre del país al que hace referencia es, inconfundiblemente, Quisqueya, en la sexta estrofa.
Ciertamente, en toda época, en todo lugar, y en toda situación, no es negociable el uso del vocablo “quisqueyanos” en el texto de nuestro Himno Nacional, porque de esa suerte SE INDIVIDUALIZA; de lo contrario, si el término se cambia por “dominicanos”, se podría confundir en el caso de las personas de otros países) con el gentilicio de los nativos de Dominica, una de las Antillas Menores inglesas, o con los dominicos, una orden religiosa de la Iglesia católica.
Con toda honestidad, creemos que se debería respetar un poco más la intención original de Prud’Homme al componer nuestro himno patriótico. Pensamos, asimismo, que se debería tener respeto en el tiempo por sus emociones, y en estas, las de todo un pueblo en épocas del nacionalismo romántico.
“La emoción lo es todo”, afirmó en una ocasión el gran Cicerón. Nunca está demás ubicarnos mejor dentro del contexto histórico del Romanticismo, para el cual la emoción y los sentimientos eran la base de todo sentimiento estético.
Es de esa época el himno y, como tal, dentro de ella hay que verlo, si queremos ser más serios. A los honorables jueces del Tribunal Constitucional, que detengan semejante contrasentido histórico.