Un intelectual que se asuma como conciencia crítica de su época no podrá sustraerse al tema de la tolerancia.
Ya el filósofo empirista inglés John Locke (1632-1704) fijó su punto de vista en torno a las disputas entre las sectas cristianas, el cristianismo y el protestantismo en la época de la Reforma, en “Ensayo sobre la tolerancia” (1666) y “Cartas sobre la tolerancia” (1685), donde propugnó por una separación entre el Estado y la iglesia para alcanzar la tolerancia religiosa y política.
La tolerancia pendula en medio de la obediencia y la libertad como garantía de “paz perpetua”. Se funda en el respecto al espacio del otro, en la distancia estratégica entre la palabra y el silencio. He ahí su clave y su magia. Su sentido moral.
La batalla entre la fe y la ideología es el motor que genera los males, donde se incuba la intolerancia. Las luchas políticas materiales y las contiendas por la salvación de las religiones son los polos que atizan las confrontaciones humanas y que causan la violación a los derechos de los demás. Si la paz es fruto de la justicia, como reza el dicho, es una utopía pensar que se logrará en un marco común de deberes, y lejos de una responsabilidad moral individual y colectiva.
En su ensayo Sobre la paz perpetua, Immanuel Kant esboza un proyecto jurídico para alcanzar una organización política universal para los Estados. Su tesis se fundamenta en una reflexión dirigida a los hombres para que estos eviten la lucha mutua, pero admite que la paz no es consustancial a la naturaleza humana.
La defensa del “derecho de gente” que hace Kant es la esencia de la paz perpetua de los Estados.
Así pues, el derecho público individual es la base para alcanzar la realización de un derecho público universal, pero siempre tendrá obstáculos prácticos, normativos y cotidianos, pues no trasciende las relaciones de mediación entre lo moral y lo político de los ciudadanos.
Como el hombre no puede vivir en armonía social inventó las leyes y los Estados, para normar su vida civilizada. En el marco de este mundo social y jurídico, los hombres abogan por una coexistencia pacífica, pero no hay un ente divino de mediación como existe en el orden de las religiones para dirimir los conflictos que generan las diferencias.
“Porque la tolerancia no puede nunca lograr lo que se logrará con la represión”, dice Locke.
De ahí su crítica a la tolerancia cristiana y política, y en cambio su defensa al respeto individual. “No sería razonable que tuviese libertad de practicar su religión quien no reconoce como principio el que nadie deba perseguir o molestar a otro por disentir de él en materia religiosa”, sentencia Locke.
Este pensador político defiende el derecho a la tolerancia “pero sólo en la medida en que no interfiera con el bien público”.
Defiende la violencia como instrumento coercitivo estatal que infunde el miedo necesario, pues es lo único que garantiza la existencia y permanencia de los gobiernos.
La mejor alegoría de la tolerancia en Locke es la que la contiene el mensaje de esta frase suya: “Como se hace con la serpientes, no se puede ser tolerante con ellas y dejar que suelten su veneno”.