Estos días conmemoramos 59 años de la Revolución de Abril, un acontecimiento que aún no se valora en su justa medida.

En 1965, civiles y militares democráticos se unieron para enfrentar, a sangre y fuego, a militares golpistas y políticos corruptos, y restituir la democracia. Por primera vez los militares tomaron las armas para devolver al pueblo lo que los mismos militares le habían quitado.

Eso iba en contra de la lógica imperante en América Latina, donde los militares eran estructuras serviles a los intereses de Estados Unidos, fungiendo como tropas de ocupación en sus propios países.

Lo ocurrido en República Dominicana enviaba un “mal ejemplo”, y había que impedir que tuviera éxito. Enviaron más de 45 mil soldados estadounidenses a detener el retorno de la democracia y el orden constitucional.

Vinieron a pisotear nuestros derechos y soberanía. Pero aquí conocieron lo que es enfrentarse a un pueblo que lucha por su dignidad.

Fue tan trascendente nuestro ejemplo, que el líder vietnamita Ho Chi Minh escribió en su diario que al enterarse de la resistencia de los dominicanos en Santo Domingo, se convenció de que Vietnam ganaría la guerra.
Fue aquí la primera vez que un país tan pequeño y con tan pocas armas le hacía frente a la potencia más poderosa que ha conocido la humanidad.

“No vencimos, pero tampoco pudimos ser vencidos”, dijo Francisco Alberto Caamaño Deñó en aquel famoso discurso de renuncia a la Presidencia que marcó el fin de la guerra, tras cinco meses de cruenta lucha.

Si hoy disfrutamos de un clima de estabilidad política, es precisamente porque hace 59 años un grupo de hombres y mujeres supo poner en alto la Constitución. Nunca más la ambición de las botas militares ha osado pisotear la democracia.
¡Vivan hoy y siempre nuestros héroes constitucionalistas!