La semana pasada tuve el honor de recibir la visita del rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, el respetado maestro Mateo Aquino Febrillet, quien se molestó en venir a explicarme algunas peculiaridades de dicha casa de estudios y el porqué de sus estrecheses económicas.
Doy por sabido que el rector es partidario del concepto de la universidad abierta, o sea que la universidad estatal pertenece al pueblo y como tal está en el deber de acoger a todo aquel que quiera hacer una carrera profesional, sin importar su capacidad, su preparación, ni cuánto le cuesta al Estado cada estudiante.
Gracias a ese concepto (que viene de mucho antes de la rectoría del maestro Aquino Febrillet), la UASD tiene actualmente una población de 185 mil estudiantes y no recuerdo cuántos miles de profesores y empleados.
Yo, por mi parte, creo que la universidad, aunque sea del Estado, no puede ser un barril sin fondo, sino que, como todo en la vida, ha de tener un límite, su capacidad tiene que llegar a un tope algún día. Pienso, en consecuencia, que debe haber un número mágico para determinar hasta dónde debe llegar la población estudiantil, teniéndose en cuenta a los mejores, seleccionados mediante exámenes adecuados.
Del mismo modo, los malos estudiantes que repiten los cursos una y otra vez tendrían que salir para dejar espacio a otros mejores, y así no tendríamos que presenciar el deprimente espectáculo de que un estudiante con 20 años en la UASD resulte electo como presidente de la Federación de Estudiantes Dominicanos.
Dijo Gardel que 20 años no son nada pero 20 años repitiendo cursos y materias parecen más que suficientes para estar consumiendo dineros del Estado. Algo huele mal, y no, precisamente, en Dinamarca.