Cuando se le pregunta a un niño qué quiere ser cuando sea grande, por lo general responde que policía, bombero, supermán o presidente de la República.
Si se trata de una niña, su aspiración podrá ser convertirse en una princesa, una doctora, una modelo, o la mujer Maravilla.
Esos sueños infantiles suelen desgastarse con el tiempo, a medida que las duras realidades de la vida transforman el mundo que nos rodea y nos hacen comprender que dos más dos son cuatro, y no cinco, como nos gustaría que fueran.
Hay una de esas ilusiones infantiles, sin embargo, que perdura a través de los años en muchos adultos: la de ser Presidente, pensando talvez que se trata de un empleo fácil que solamente produce satisfacciones y placeres.
Pero esa visión paradisíaca de la Presidencia desaparece cada día con la simple lectura de un periódico cualquiera con su carga de problemas y malas noticias.
Cada día por la mañana, cuando hojeo la prensa, pienso, con un dejo de pena, en el Presidente de turno y su carga de situaciones aparentemente imposibles de resolver. Mas tiene que haber de todo en la viña del Señor.
Y los niños seguirán soñando, ajenos a los tropiezos que les esperan en el camino y sin saber a cuál de ellos le tocará materializar, algún día, su ilusión presidencialista.
A los que, como yo, ya no sueñan, solo nos toca hacer reflexiones como ésta y formular votos porque los que lleguen a Presidente hayan sido los mejores.