Subir a la montaña en helicóptero

Subir a la montaña en helicóptero

Subir a la montaña en helicóptero

En estos días estuve filosofando con el colega German Marte, con quien no tengo muchos temas en común debido a nuestras diferencias abismales de enfoque de la vida; pero me llamó la atención la referencia que le había hecho un reconocido empresario de que existen pequeños grupos en el país que han “subido a la montaña en helicóptero”.

Obviamente, la conversación versaba acerca de unos pocos que han acumulado riquezas y alcanzado “ascenso social” sin ningún miramiento ético ni moral. Indudablemente que, para ellos, la ambición de atesorar bienes se ha convertido en una sensación placentera y de exhibicionismo incontrolable, a veces, hasta tocar lo degenerado.

Aunque la peor imagen, al menos en la percepción generalizada, se les atribuye a los vinculados a la actividad política, también los hay en sectores empresariales, sindicales, militares y profesionales, entre otros; sin dejar de mencionar a los ricos con actividades del crimen organizado.

No acostumbro montarme en olas mediáticas y apuntar con mi índice a todo el que se le señale en el foro de la opinión pública.

También conozco a los cegados por el odio y la envidia, y que solo ven la sombra que se proyecta en algún recodo de la luz.

Nada nuevo ni exclusivo tiene este fenómeno en la sociedad dominicana, que brota en gente que luego enrostra a los pobres las “bondades” y los lujos de los placeres del cuerpo y del alma que pueden darse luego deobtener “progreso” material.

El filósofo griego Sócrates transmite a su discípulo Platón la preocupación por dilucidar qué puede ser el placer. Platón ausculta el problema en el diálogo en el que Sócrates, Filebo y Protarco escudriñan diferentes opiniones en torno al tema, quedando evidenciada la cuestión de la ambición en los escondrijos de los placeres.

Prefiero seguir la línea filosófica para no arriesgarme a malas interpretaciones de individuos que, como “subieron a la montaña en helicóptero”, pudieran sentirse ofendidos.

Y es que ellos recorren el camino, sin inmutarse, como discípulos, primero, de la escuela griega de los Epicúreos, y, luego, la de los Hedonistas.

Epicuro enseñaba que los placeres constituían la verdadera fuente de la felicidad, y que eran de dos tipos, los corporales, entre ellos la comida y el sexo; y los del alma, que procuraban alcanzar determinados propósitos en la vida.

No tardó en darse cuenta que la mayoría de los seres humanos no saben vivir bien y mucho menos disfrutar de los placeres.

El ideal epicúreo consistía en alcanzar la suma tranquilidad y disfrutar las cosas que la vida ofrece en el camino hacia la felicidad, sobre todo las más sencillas y acordes a la naturaleza humana.

Desafortunadamente, la casi totalidad de sus discípulos no comprendieron esas hermosas enseñanzas, convirtiéndose en hedonistas, corriente que veía la felicidad en otras fuentes más costosas y materiales.

Planteaban los hedonistas que las fuentes de placer, además del cuerpo, se encontraban en el alma, es decir, en el poder político o económico. He aquí el problema de aquellos que buscan riquezas sin observar los principios éticos.

La educación debe ser una barrera que convierta en prácticas de vida los valores éticos, de manera que nos permitan desarrollarnos y convivir en una sociedad plural.

Nunca es tarde para este loable propósito.

El laureado escritor cubano José Martí lo aconsejó en “La edad de oro”: la educación empieza con la vida, y no acaba sino con la muerte.



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