Con frecuencia observamos en los medios de comunicación social locales e internacionales, informaciones sobre los fatídicos feminicidios que, además, parecen haberse regado como la verdolaga, en el país y otras partes del mundo.
Los informes de la Oficina Nacional de Estadística (ONE), que colocan a la República Dominicana en el tercer lugar entre los países con la mayor tasa de feminicidios, con un 3.6 por cada 100 mil mujeres, revelan que el tema no puede seguir siendo “un pleito entre marido y mujer, en el que nadie se debe meter”.
Titulares y/o contenidos como el de “Razones por las que este joven mató a su mujer” o “Se negó a volver con él; la mató y luego se suicidó”, “La encontró con otro y la mató”.
“No le guardó la cena, perdió la cabeza y la mató”, “Estaba ebrio, cuando cometió el crimen”, “La mujer se iba de viaje y le dijo que lo abandonaría”, constituyen el pan nuestro de cada día, sin que parezca importarle a alguien el “líbranos Señor”.
Las palabras por sí solas tienen su carga de contenido y significado. Cuando buscamos “la razón”, para presentar el caso, de antemano pretendemos brindar una justificación social, cultural y hasta jurídica, por aquello de “las circunstancias atenuantes”, para que el hecho se aprecie como una normativa o como un acto de necesidad.
Es profundo el daño moral del que nos estamos haciendo reos, como sociedad y como medios de comunicación, cuando presentamos “la razón” por la que un individuo, sin importar sus circunstancias, mata a una mujer; o a cualquier otra persona.
El crimen no puede tener justificación y por tanto, no tiene razón. Tiene intenciones de dañar, de procurar sangre, dolor, lágrimas, sufrimiento, orfandad, desesperanza y muerte.
El amor no mata. El crimen no debe ser normalizado, porque es lo que hacemos, cuando justificamos la acción, con un “algo hizo ella”.
“Cegado por los celos, mata a su mujer y a sus hijos”, “No soportó verla con otro”, etc. Estos enfoques y muchos otros más abren interrogantes inquisitorias para la víctima y o/las víctimas y sus familiares.
¿Qué estaba haciendo esa mujer?, ¿por qué lo estaba engañando?, ¿por qué tuvo que dejarlo?, ¿por qué no le hizo caso cuando le dijo que no saliera?… Y así, sucesivamente.
Inquisiciones por doquier, imputaciones a la víctima, que ya jamás podrá defenderse. Recargas emocionales para sus deudos, cuestionamientos para sus hijos, en vez de aliento para continuar la vida. Exención de responsabilidad, para el autor. No es justo.
Si alguien tuviera que establecer razón para la comisión de un crimen, que no debe existir, su explicación no debería imputar a la víctima, excepto que se trate de los abogados defensores de los victimarios.
*Por Patricia Arache