La movilidad económica de los Estados, ya sea hacia arriba o en descenso, tiene un impacto sensible en los presupuestos domésticos. Hacia arriba implica que los jefes de los hogares tendrán que invertir más en la sostenibilidad de sus familias.
A ese fenómeno, para decirlo con propiedad, se le llama inflación.
Un informe, publicado recientemente por la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), plantea que la inflación alimentaria de América Latina y el Caribe aumentó un 0,8 por ciento en agosto, un 0,1 por ciento más que en julio, durante el tercer mes consecutivo de alzas.
En ese informe, señala la FAO, Costa Rica, Guatemala, México, Panamá y República Dominicana registraron alzas en su inflación alimentaria.
Se trata de un índice inflacionario que debe ser observado por las autoridades del área y actuar en consecuencia, ya que somos un país productor de alimentos; y, además, con una dinámica económica de importación de alimentos frescos, enlatados, que deberían llegar a los consumidores finales con un buen precio de compra.
La inflación toca todos los sectores de la sociedad, pero afecta de manera más sensible a los sectores vulnerables, muchos con trabajadores informales, cuyos ingresos diarios apenas les permite superar la línea de la pobreza.
El informe de la FAO viene a poner en contexto un sinnúmero de movimientos sociales que demandan un aumento salarial. En las manos de las autoridades está la disyuntiva. O aumentan los salarios o trabajan significativamente para bajar el proceso inflacionario que vivimos en el orden alimentario.