En mis andanzas por los países del continente, en los años que a ellas me obligaba mi condición de director de la comisión de Libertad de Prensa, primero, y de presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa, después, coincidí varias veces con Nuria Piera en uno que otro seminario o coloquio sobre el espinoso tema de la libre expresión del pensamiento.
En uno de esos encuentros casuales, en un país centroamericano que ahora no acierto a precisar, me tocó hacer de moderador de un panel del que Nuria formaba parte, y cuando me correspondió presentarla lo hice llamándola el terror de los corruptos.
A decir verdad, no recuerdo si el honroso mote fue de mi invención o si lo había leído o escuchado antes en algún lugar. Lo cierto es que estaba convencido, como lo estoy todavía, de que el traje le queda a la medida a la valiente y certera rubia de la televisión.
Pensaba dejar escritas aquí algunas palabras a modo de advertencia, para que Nuria se cuide de cualquier barrabasada que eventualmente algún insensato pudiera tramar en su contra, pero ella tiene que saber, mejor que yo, de dónde pueden venir los riesgos.
Hago constar aquí, eso sí, mi admiración, mi respeto, mi simpatía y mi solidaridad con Nuria Piera, una auténtica representante del más sano periodismo de este país, con quien la sociedad tiene contraída una deuda impagable.