En los últimos años he dedicado este espacio a curar. Cada semana me he enfocado en compartir informaciones para sanar el cuerpo y la mente; en especial para quienes viven con condiciones crónicas.

Sin embargo, no puedo abstraerme de mi primer y bien amado oficio del periodismo. Durante décadas me honró tener la oportunidad de elevar la voz de quienes no tenían voz.

Saber que personas sin cloacas resolvieron sus problemas sanitarios, pacientes fueron operados, familias recibieron techos para vivir gracias a unas cuantas líneas en un periódico.
El periodismo también es un sacerdocio.

Recuerdo que apenas comenzaba mi carrera en la ciudad de Santiago cuando una noche en el Centro Español conocí al Doctor Molina Morillo en un evento allí celebrado; no olvido que me dijo que una vez que eres periodista, nunca dejas de serlo. Hoy, 25 años después, le doy todo el crédito.

Cuando te casas con tu profesión porque la amas, la honras, veneras y trabajas cada día para hacerla más grande y gloriosa porque es así como también creces y te glorificas a ti mismo. Hoy quiero honrar a hombres y mujeres que han puesto su fe, amor, pasión y vida para llevar informaciones actuales y veraces a sus comunidades.

El periodismo responsable y comprometido siempre ha entregado a su público informaciones fidedignas a costa de fuego y balas.

Hoy quiero recordar a los buenos periodistas a quienes están satisfechos por el deber cumplido, a quienes nada ni nadie nos puede empañar con las acciones de otros.

Elevo mi copa y brindo por el honor y la dignidad de miles de periodistas de todas la épocas y en todo el mundo que han puesto su vocación por encima de sus vidas.