El pasado 7 de enero, la ciudad de Francia quedó horrorizada ante el ataque terrorista al semanario satírico Charlie Hebdo, donde doce personas fallecieron, a manos de dos extremistas islámicos, que desataron su furia en honor al profeta Mahoma, por las continuas burlas de este diario al fundador del islam.
Este periódico en nombre de la sacrosanta libertad de expresión, se ha dedicado a la mofa y descredito de todas las religiones, estampando su fuerte ateísmo e irreverencia en cada de una de sus publicaciones semanales.
Nos solidarizamos con el pueblo francés por perder a doce de sus compatriotas a manos de personas que malinterpretan el mensaje del islam, convirtiéndose en viles asesinos. Pero eso no significa que soy Charlie Hebdo, ni que comparto el credo de sus directivos y creativos.
¿Acaso estoy en contra de la libertad de expresión?, por supuesto que no, pero hasta dentro de la libertad existen límites; y como bien señalaba Benito Juárez: “El respeto al derecho ajeno, es la paz”.
Tomar las sacras creencias en chistes no es libertad, es acoso y provocación. Por eso no soy Charlie. Condeno estos asesinatos, pero no me puedo hacer eco del libertinaje y el derecho a la blasfemia de ningún diario.