Una de las escasas tardes lluviosas que tuvimos la semana pasada, mis amigos y yo decidimos compartir un té para abonar los afectos y hablar un poco.
Como es natural entre los (as) dominicanos (as), en medio la conversación surgió el tema político. Hablábamos de lo podrida y desacreditada que está la política y de la esperanza de que nuevas caras surjan y puedan cambiar el rumbo del país.
Paradójicamente, a pesar de las justificadas críticas sobre la política, la conversación sirvió para que uno de los participantes de la tertulia le propusiera a otro que se integrara a un movimiento político releccionista en el que, al decir de él, iba a recibir muchos beneficios económicos.
Observando yo que esa propuesta se alejaba mucho de lo expresado por el conjunto, en torno a la necesidad de un mejor país, sugerí que no actuaran de eso modo, que el país espera algo distinto de nosotros los jóvenes.
Las palabras que recibí como respuesta no puedo negar que me lastimaron y me indignaron. Mi amigo me sorprendió, lo admito. Él es un joven que dice ser cristiano y parece ser correcto en su forma de actuar y, como la mayoría en el país, hace críticas sobre la situación de degradación en que hemos caído.
Todavía me parece escucharlo diciendo: “Mire mi hermana, ¡yo lo que quiero es cuarto!, ¡A mí no me importa más nada!”.
Lo he pensado mucho y estoy convencida de que nuestro Pueblo, que ha ganado tantas batallas, está perdiendo la más importante de todas, que es la batalla moral, la que enseña el camino correcto a jóvenes y niños, y aporta las claves para mantenerse en él.
Y estamos perdiendo esa batalla porque los líderes sociales y los políticos sin principios ni moral están enseñando a los jóvenes de hoy a ser ambiciosos, egoístas, indiferentes, materialistas, superficiales y hambrientos de fama y poder. Y lo peor: conquistar el éxito a cualquier precio.
El mundo mejor que todos (as) soñamos solo llegará si cada quien pone su parte. Los males que afectan a la sociedad, no pueden de repente ser buenos si me benefician a mí, aunque dañen a todas las demás personas.
No parece que nos estemos dirigiendo por un buen camino, si muchos jóvenes sólo piensan en tener dinero y han abandonado hasta los sueños.
Por eso concluyo apoyándome en la Biblia: “Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, por el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se torturaron con muchos dolores”. 1 Timoteo 6:10