Yo fui testigo

Yo fui testigo

Yo fui testigo

Rafael Chaljub Mejìa

Fui testigo del terremoto del 4 de agosto de 1946, que causó daños en puntos como San Pedro de Macorís, Moca, San Francisco de Macorís, Santiago, Puerto Plata y sobre todo, entró el mar y barrió del mapa a San José de Matanzas, afectó a Samaná, Nagua y casi todo el litoral nordeste.

En mi casa, en Las Gordas, había una enramada en la cual se reunían los trabajadores, la familia, los visitantes. Esa tarde, un trueno hondo como venido del mar, rompió el silencio denso del campo viejo. Casi al instante vino el temblor, yo que estaba acostadito sobre una mesa de madera rústica, caí al suelo, y recuerdo cómo, ganados por el pánico, los presentes pedían clemencia a Dios, dándose con el puño sobre el pecho.

Mi papá, don Jorge, era el alcalde. El Padre de la Sección, se le llamaba al pedáneo entonces, y sin que nadie la convocara, la gente acudió a mi casa; rápidamente los hombres fueron al bosque, cortaron las varas, las yaguas y los estantes y levantaron una enramada, en el patio delantero.

Eso se convirtió en un campamento donde se guareció parte de los moradores del lugar. Mientras las mujeres cocinaban, los hombres volvían fugazmente a sus bohíos a atender algún animal, averiguar cómo andaban las cosas y volvían de nuevo al campamento.

Comida y rezo, nunca faltaban. Y como se dice que en tiempos de peligro no hay ateos, hasta a los más incrédulos se les veía rogando misericordia. Tuve siempre buena memoria y entonces me aprendí rezos, cánticos y oraciones que jamás olvidé: Aplaca señor tu ira/ tu justicia y tu rigor/ dulce Jesús de mi vida/ misericordia señor/.

Y el merengue típico ha sido tan grande, que aún en la tragedia, la jocosidad le cambiaba las letras a esa oración: Aplaca señor tu güira/ tu tambora y tu acordeón/… y por ahí seguía.

Fue retornando la normalidad, pero el miedo seguía. Empezaron los relatos abultados sobre muertos por centenares, supuestos ahogados en Matanzas y El Bajío.

No había radio, luz eléctrica ni carretera, tampoco había reloj. Mi lugar desaparecía del mapa cuando llegaba la noche. Una mañana pasó un avión con dirección a Cabrera, creo que por vez primera vi uno de esos aparatos.

Luego, las versiones oficiales y de los investigadores contarían las cosas con más profundidad y rigor científico. Yo evoco aquel episodio de mi niñez, como algo que siempre mantengo en la memoria.



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