“Todavía recuerdo esa mañana de febrero cuando me dirigía a mi trabajo y esos dos hombres aparecieron de la nada y me atravesaron un motor, imposibilitando que escapara. Luego uno de ellos se desmontó, me agarró por un brazo, mientras me preguntaba por mi celular. Cuando le dije que andaba sin mi teléfono, el que conducía el motor le dijo a su compañero que me montara. Rápidamente pensé que me violarían y luego me asesinarían y me negué rotundamente, por lo que me encañonaron con la pistola más grande que mis ojos han visto jamás. Solamente por lo que yo denomino la mano de Dios obrando pude escapar de ellos.
Agradezco a un motoconcho que acudió en mi auxilio, ante el pedido de ayuda, mientras corría, porque sabía que lo único que me iba a salvar era llegar donde había más personas. Hoy estoy viva para contarlo. Eso me sucedió hace dos años y todavía tengo secuelas, me siento con miedo de salir sola a la calle y, a veces, me sueño con los atracadores apuntándome a la cabeza con una pistola.”
Ese es el testimonio de una vecina sobre su dolorosa experiencia de víctima de la delincuencia en nuestro país. Ella ha tenido la suerte de contar su drama, pero muchas de las víctimas han sido asesinadas, violadas y desaparecidas. Esas personas jamás podrán hablar.
A mí me produce impotencia oír a las personas hablar de los atracos como si fueran algo normal. Y me siento peor aún, al verlas caminar como si alguien los estuviera persiguiendo debido al trauma que les acompañará toda la vida, como consecuencia de haber pasado por una situación tan difícil.
En los últimos días he leído de dos muertes que me han impactado: la de muchachos con un gran futuro por delante a los cuales, para quitarles un celular, la delincuencia les ha arrancado la vida, destruyendo también la de sus familiares.
Cuando veo estas noticias y escucho a los altos jefes policiales decir que la delincuencia en nuestro país ha disminuido, me pregunto a mí misma: si no pueden hacerle frente a este flagelo, ¿por qué no renuncian? Es evidente que sus datos no se corresponden con lo que realmente está pasando en las calles. Esto ha llegado a punto que ya uno no se siente seguro ni en su propia casa.
Es cierto que hay muchos policías patrullando, perola delincuencia en nuestro país está en su mayor apogeo, ya que cada día son más los casos de asesinatos y atracos. Es una contradictoria fórmula: a mayor cantidad de policías en las calles más delincuencia azotando a la ciudadanía.
Así como ha sucedido en algunos países de América Latina, si seguimos como vamos en el tema de la falta de seguridad, aquí también podría verse afectado el turismo hacia la República Dominicana, porque ningún extranjero quiere ir a un país donde sea tan escandalosa la delincuencia.
Sobre la delincuencia se debate a diario pero el mal sigue sin solución. Como las autoridades han sido incapaces de afrontarlo eficazmente, corresponde entonces a las familias, a la escuela, a la iglesia y a la ciudadanía en general obligar a los gobernantes a una acción más efectiva. Debemos exigir que en los discursos de los candidatos políticos el tema de la delincuencia sea abordado, de modo que los aspirantes a dirigir el país planteen sus ideas para solucionar estos males.
Creo también que como población debemos unirnos para desatar una campaña de solidaridad mutua, de apoyo ciudadano para que no nos sintamos tan solos en esta selva delincuencial. Debe crecer el sentimiento de que donde hay dos ciudadanos o más debemos convertir nuestro mutuo acompañamiento en una muralla contra los desviados. Así mismo, es nuestra tarea no comprar ningún objeto de procedencia dudosa, pues cuando compramos objetos que sabemos que son muy costosos a muy bajo precio sin saber de dónde provienen, estamos contribuyendo al crecimiento de la delincuencia en nuestro país.
Como he dicho en artículos anteriores, todavía la República Dominicana está en pañales en comparación con otros países para frenar éste y otros males que nos están afectando. Y si no lo hacemos ahora, vendrán cosas peores.
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