Derroche. Así se titula una hermosa canción del cantautor dominicano Manuel Jiménez, interpretada por artistas internacionales tan famosos como el dominico-boricua Gilberto Santa Rosa o los españoles Víctor Manuel, Ana Belén y Julio Iglesias.
Es una canción tan bien lograda que el ahora aspirante a alcalde por Santo Domingo Este bien pudo sentarse en una hamaca y no escribir nada más después de esa, y ya tendría ganado un sitial privilegiado en el cancionero dominicano.
Pero no les voy a hablar de ese bello bolero. Yo quiero referirme al despilfarro de dinero que están haciendo los políticos dominicanos. Una vergüenza.
Especialmente los del partido morado, que han llevado el dispendio de dinero a niveles escandalosos, en un proselitismo tan febril como intemporal, en franca violación a la ley.
Algún lector me observará, en parte con razón, que no son solo los peledeístas los que están tirados a la calle en una campaña adelantada. Sin embargo, lo que están haciendo los oficialistas es escandaloso.
Con permiso de Manuel Jiménez por ligar la poesía con la vaselina, uno podría parafrasear su canción y decir que los peledeístas están tan enamorados del poder que piensan que sin ellos el país se quedaría suspendido como el reloj de cuerda que refiere en sus versos. Vaya engreimiento.
Definitivamente, tanto en la Casa Nacional del PLD como en el Palacio Nacional han desconectado el teléfono de la cordura. Al ver que Leonel Fernández llenó el Estadio Olímpico el otro domingo, con la ayuda de artistas muy cotizados como Natti Natasha o el Alfa, que todos sabemos costaron varios millones, los de Danilo se apresuraron e hicieron lo mismo en el Palacio de los Deportes y se valieron de Mozart La Para y Los Hermanos Rosario.
Siendo honesto, a mí no me importa quién reúne más gente en su mitin, si el ambicioso que se fue y quiere volver por un cuarto mandato o el que lleva dos y quiere quedarse (entre los dos han gobernado 20 años y no han resuelto ni un solo problema).
Lo que sí debe importarnos es el derroche de dinero, de nuestro dinero, que se hace en esas actividades. Y es que, como no salen de sus costillas, a ninguno de estos grupos les importa la cantidad de pesos que allí se malgasta.
A nadie en su sano juicio se le ocurriría pensar que el acto del domingo a favor de la reelección de Danilo se hizo con dinero de Peralta, Gonzalo Castillo y mucho menos del pobre Elpidio Báez. No creo que la devoción por Medina de ninguno de estos entusiastas reeleccionistas llegue a tanto. “Ni tanto huele la flor”, dirían por lo bajo.
En cuanto al acto de Leonel sí es claro que el dinero no salió de los bolsillos del exmandatario, y menos de la lujosa cartera de Margarita Cedeño. Es casi seguro que el evento fue financiado por nuevos tutumpotes como Díaz Rúa, Félix Bautista. Pero usted puede jurar que ese dinero no salió de la herencia que dejaron sus padres a ninguno de estos dos exfuncionarios, sino de lo “poquito” que lograron ahorrar cuando ocuparon cargos públicos durante los 12 años de Leonel.
Y es que después de probar el vino del poder, a los otrora impolutos discípulos del pobre Juan Bosch, les pasó como a la noche de los enamorados que refiere la canción de Manuel Jiménez: se les fue la mano (y la metieron donde no debían, a pesar de los sabios consejos de Odebrecht que sugirió hacerlo todo con la sutileza de un soborno, nunca a la fuerza).
¡Qué derroche, qué horror, cuánta locura!
Me parece estar escuchando a uno de ellos cantar “si supiera contar todo lo que cogí…”, “no quedó ni un lugar en que no robara para mí” (perdón Manuel, otra vez).
Ciertamente, con el frenesí de estos últimos días los líderes morados “parecían dos irracionales, que se iban a morir mañana”.
Por eso derrochan, no les importa nada, “las reservas de los manantiales” del Estado. Pues dirían ellos: “a lo que nada nos cuesta, hagámosle fiesta”.