Los dominicanos viven una intolerable base de vida política. Hasta el día de las elecciones esperadas damos la impresión de estar debilitados como país, difamándonos y perjudicándonos mutuamente.
Por eso, el voto nacional debe aspirar que los resultados sean abrumadores y no se produzca segunda vuelta. Una vista a la situación mundial obliga a pensar si nuestra economía tiene que seguir deteriorándose más, por culpa de las elecciones que aguarda a nuestras conciencias cívicas el próximo 5 de julio de 2020.
Recordaremos lo que suceda esa fecha, porque puede ser una nueva fase en la historia política de la nación, o el posicionamiento de un partido que de verdad confía mantenerse en el poder por 100 años.
La elecciones presidenciales une las familias, pero difícilmente la voluntad y el sentimiento nacional de ese certamen cívico nos enorgullezca; estamos enfermos de “eleccionitis”, un síndrome que sufren los países que están en campaña todo el tiempo, cuando ese atisbo de decisión política dura entre 3 y 4 meses. Esa fue la experiencia de Europa, después de la II Guerra Mundial.
En América no, por las dictaduras. En República Dominicana, Joaquín Balaguer, ganó libremente en 1966, en todas las demás elecciones cometió fraude, una herencia de los partidos políticos tradicionales. Y este fallo histórico se mantiene y se mantendrá por culpa de la reelección, de políticos caudillistas y de los partidos en el poder.
Hay circunstancias históricas, como la actual, que después de las elecciones, obligan a la creación de un gobierno nacional, para que propongan la nación por encima de todos los sentimientos partidistas.
La política dominicana está enferma, al grado de querer destruir nuestros cimientos patrios. Las urnas sólo dan más poder a un partido, y quieren ellos llevar la carga de la nación, para que sea su botín de guerra.
El voto nacional es una causa de la libertad y de la seguridad de nuestros hijos. El hombre más simple puede disipar el rumbo errado que ha seguido el gobierno, depositando con la boleta, el deseo de parar esa odiosa lucha entre partidos.
El pueblo hace las riquezas del político-funcionario, ¿a cambio de qué?, ¿de sus buenas intenciones que, en realidad, es una política de disfraces?