Lo que voy a escribir a continuación podría talvez interpretarse como una confesión de que me he quedado atrás y “pienso a la antigua” en relación con el tema de las vocaciones profesionales.
Quizás quedan en mí algunos vestigios de cuando, en mi época de estudiante, una de las asignaturas preferidas por mí era la Moral Social, y el texto no era otro que la obra del mismo nombre cuya autoría correspondía al maestro Eugenio María de Hostos.
La vocación -según el docto puertorriqueño que nos legó su sabia enseñanza en materia educativa- es una fuerza interior que nos obliga, como una religión, a seguir sus mandatos por encima de todas las dificultades.
Digo todo esto a propósito de la huelga de los médicos al servicio del Estado. Es cierto que están mal remunerados y su derecho a protestar no se les puede discutir.
Pero hay muchas maneras civilizadas de encauzar esas protestas y obtener, al fin, los resultados perseguidos, sin necesidad de negarle a la población los servicios que debe dictarles su vocación.
Hay profesiones -la de médico es una de ellas- que van necesariamente unidas a una vocación.
Preguntémosle a un aspirante a médico si está dispuesto a renunciar a comodidades y riquezas a cambio de asistir a un enfermo pobre.
Si titubea, no tiene la vocación, no lleva dentro de sí el necesario espíritu del sacerdocio. No es un buen ser humano. No será un buen médico.