Tenemos un punto de partida para entender que queremos decir cuando afirmamos que tenemos Fe. “Dios, infinitamente perfecto y bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para hacerle partícipe de su vida bienaventurada. Por eso, en todo tiempo y en todo lugar, se hace cercano del hombre: le llama y le ayuda a buscarle, a conocerle y a amarle con todas sus fuerzas” (Catecismo, 1). Abrirnos a ese hecho implica vivir en Fe. La iniciativa viene de Dios, la respuesta libre es nuestra. No es una creencia, aunque muchos usan indistintamente ambos términos.
La creencia es un ejercicio intelectual que se apoya en supuestos, por lo regular no evaluados por la razón, que nos dan un soporte a nuestro existir y que si en alguna ocasión nos deja “suspendidos en el vacío”, es menester evaluarla críticamente. Ortega y Gasset nos brindó un análisis muy preciso de las creencias.
La Fe es vivir en el amor porque Dios es amor como esencia. Por supuesto estoy explicando este punto desde mi ser católico, ya que la Reforma Protesta colocó el énfasis en el creer, aunque en el presente las teologías católica y protestante se acercan bastante entendiendo que son ángulos de una misma realidad. Fe es amor y el amor que nutre la Fe es una misma realidad, pero legítimo es el diálogo sobre las aristas de la cuestión.
Mi formación en la Fe tiene una raíz que se apoya en la formación recibida en el Seminario por mis docentes y formadores jesuitas, definitivamente marcaron mi existencia para mi bien. Por eso con muchos amigos les digo que me siento muy a gusto con Francisco porque me resulta sintónico con mi manera de vivir y entender la Fe.
Contra la Fe milita en nuestra sociedad la codicia, el ansia de poder y las formas patológicas de aferrarse al ego como suprema fuente de placer. El que ama no se dedica a sí mismo, sino que busca el bien del otro. El ama sirve a los demás y no busca que le sirvan. Quien ama no pretende estar sentado en la primera fila, en cambio procura que sus prójimos encuentren lugar para poder vivir y desarrollarse.
Las ideologías, todas ellas, difuminan la vida de Fe al hacernos creer que ciertas creencias políticas, sociales económicas e incluso religiosas están por encima del amor al otro, sobre todo el amor por el pobre, el desvalido, el marginado, el emigrante, los niños y niñas en situación de riesgo, las mujeres abusadas, los discriminados por su color, su edad o cualquier otra realidad social. Mantenerse enfocado en el valor de toda persona y nuestra vocación para amarle, es el camino de la Fe.