Después de meses de encierro hemos vuelto a la Eucaristía, la fiesta de los cristianos que hay que vivirla desde la alegría y el agradecimiento, como encuentro con los hermanos en la fe, como comunión con Jesús y milagro.
La alegría y gracia de la Eucaristía:
Toda celebración requiere un protocolo. El ropaje que nos pide Jesús para su fiesta es una actitud de agradecimiento y la alegría que manifiesta nuestro cuerpo y espíritu al encontrarnos con Él. La alegría que produce Jesús, no se queda sólo en el momento, sino que irradia la vida cotidiana y llena el alma del gozo del Espíritu Santo.
Encuentro con hermanos en la fe:
La Eucaristía es el encuentro de hermanos en la fe en Jesús que forman el cuerpo de la Iglesia. No es la reunión social a la que se va por costumbre o se asiste a exhibir apariencias o dar pésame.
La participación en este sacramento es el sí que damos al Señor que nos invita, cada vez, de forma colectiva a celebrar con Él como lo hizo con sus apóstoles, alegrándose con nuestra presencia. Él quiere estar con nosotros en la Eucaristía: «Intensamente he deseado comer esta Pascua con ustedes antes de padecer” (Lucas 22:15).
Comunión con Jesús:
En la Eucaristía nos volvemos uno con Jesús. Cuando comulgamos Él, literalmente, entra en nosotros, en cuerpo y alma para darnos su Vida y la Salvación eterna.
Con el Papa Francisco recordamos que “la Eucaristía, es el precioso alimento para la fe, el encuentro con Cristo presente realmente con el acto supremo de amor, el don de sí mismo, que genera vida”.
Eucaristía como milagro:
En cada Eucaristía en la que participamos ocurre un hecho extraordinario que escapa nuestra comprensión y que sólo puede entenderse desde la fe. Mediante la transubstanciación, el vino y el pan se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Vivir la Eucaristía es una oportunidad de ser testigos de un milagro que no sólo ocurre ante nuestra mirada, sino que tiene el poder de transformar nuestras vidas para Cristo.