Con la disolución de la Unión Soviética parecía que el mundo quedaba bajo control de los Estados Unidos. Pero aparecieron nuevos focos de poder: Europa y China apostaron ser competidores económicos, grupos islámicos radicales lograron asestarle un golpe duro a los estadounidenses con el 9/11, y varios líderes de izquierda tomaron control de la mayor parte de América Latina.
A pesar de que fueron esas fuentes de poder un límite al control de Estados Unidos, todos siguen considerando a dicha nación la más fuerte del mundo, estable y progresista, a pesar de crisis como la del 2008. Sin embargo llegó Trump.
Como si el eje de la tierra comenzara a moverse díscolamente, así se percibe estos primeros días de Trump como presidente. Su liderazgo grosero e irascible ganó el apoyo de los blancos rurales norteamericanos, muy resentidos contra la globalización, la ciencia, las mujeres, los negros, latinos y musulmanes.
Si algunos pensaron que en campaña era payaso y otra cosa sería en el gobierno, se equivocaron, el payaso sigue siendo payaso. Ya tiene en contra a toda América Latina, a Europa, a China y las potencias musulmanas.
Las protestas en el seno de Estados Unidos siguen creciendo contra su gobierno y los principales periódicos no cesan de cuestionar sus medidas signadas por obsesiones xenófobas y racistas.
Con un Estados Unidos marchando a la deriva el mundo entra inevitablemente en un periodo de incertidumbre y válido pesimismo. ¿Cuánto resistirá el establishment norteamericano las locuras de este señor? Está por verse.