Todos anhelamos la paz. Vivir en paz y armonía. Podemos vivir en un entorno de paz, pero estar en guerra con nosotros mismos. La ausencia de paz a nivel interno produce ansiedades y temores que pueden convertir la vida en verdadero valle de lágrimas.
La paz que perdura viene de Jesús, es expresión de la bendición de Dios y es fruto de las buenas obras.
La paz de Jesús:
Ya nos lo dijo Jesús en Juan 14:27, Él es la paz y nos da una paz que no se condiciona a circunstancias humanas, sino que se basa en la fe en Dios: “La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo.
No se angustien ni se acobarden”.
La paz duradera viene de la confianza que tengamos en Dios.
Esa paz convive con los sufrimientos de la vida, que se superan o se trascienden al sabernos al cuidado del Todopoderoso que sabe lo que nos conviene y las lecciones que tenemos que aprender.
Esa confianza plena en el Dios que nos cuida en todo tiempo, nos la recuerda también el Salmo 4 en su versículo 8: “en paz me acuesto y me duermo, porque solo tú, Señor, me haces vivir confiado”.
La paz es bendición de Dios:
En el Antiguo Testamento, la paz en que vive una persona es la evidencia de la acción de Dios en su vida. Por eso, al bendecir se oraba diciendo: “El Señor te bendiga y te guarde; el Señor te mire con agrado y te extienda su amor; el Señor te muestre su favor y te conceda la paz”. (Números 6:24-26).
La paz es fruto de las buenas obras:
Dicen que no hay mejor almohada que una conciencia tranquila. El bien obrar produce la paz. Nos lo dice 1 Pedro 3:10-11 “el que quiera amar la vida y gozar de días felices, que refrene su lengua de hablar el mal y sus labios de proferir engaños; que se aparte del mal y haga el bien; que busque la paz y la siga».
El que obra justamente vive en paz porque: “el fruto de la justicia se siembra en paz para los que hacen la paz. (Santiago 3:18).