La conversión a Cristo es el fin de la Cuaresma. Son 40 días para profundizar en las actitudes, comportamientos y prácticas que nos alejan de Él.
Ese tiempo es una oportunidad que se nos otorga para encontrar el camino perdido, encender la luz apagada y volver a iluminar con el fuego de Jesús Resucitado y del Espíritu Santo.
Los 40 años del pueblo de Dios en el desierto en la espera del cumplimiento de la promesa de la tierra prometida, así como los 40 días de Jesús en el desierto expresan las tentaciones que debe vencer el alma que busca a Dios y ansía su encuentro: el placer, el tener y poder.
La inclinación al placer:
En lo cotidiano y en la acción pastoral, estamos tentados a sucumbir al placer y a hacernos esclavos de los deleites cuya seducción es tan fuerte que nos aparta de Dios.
La obsesión por el placer tiene el rostro de la infidelidad, de la indiferencia frente al pobre que se asemeja al Lázaro que quiere alimentarse de las migajas del rico insaciable que solo piensa en sí mismo, mientras en su puerta otro se muere de hambre.
El placer esclavizante nos vuelve indolentes e insensibles y nos lleva a despreciar lo que verdaderamente tiene valor y al que menos tiene.
La tentación del tener:
El tanto tienes cuánto vale relata la alienación de los que se arrodillan ante la codicia que convierte a los seres humanos en esclavos de posesiones materiales que se sacralizan sustituyendo a Dios como motor de la historia humana por un materialismo nihilista.
Por eso, Jesús nos recuerda en Mateo, 6:24 que “nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o se apegará a uno y despreciará al otro. No pueden servir a Dios y a las riquezas”.
La seducción del poder:
La cuaresma como espacio de conversión nos enfrenta con la gran tentación de la búsqueda de poder, no como servicio y medio para hacer el bien, sino como fin en sí mismo para vanagloria, para engrosar el ego o aplastar a otros.
Jesús nos ayuda a vencer la seducción del poder, recordándonos en Marcos 10,35-45 que “el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos”.