A propósito del llamado de los cristianos a vivir en esperanza, y de la Navidad, tiempo de regocijo, es necesario reafirmar la alegría como aceptación de la vida y la grandeza de la propia existencia que nos viene de Dios.
Desde la fe, la vida humana es la experiencia de los hijos de un Padre que nos llama a la felicidad en esta tierra desde el cumplimiento de la misión del amor y el servicio. Abandonarnos a esa Voluntad de Dios, nos da la alegría que perdura.
Aún en medio de cualquier dificultad, la vida es alegría y abandono en la Providencia Divina. Vivir en agradecimiento y confianza nos alienta porque aún la adversidad y las desgracias son bendiciones disfrazadas que nos hacen más humanos y humildes.
Nuestra alegría nos viene de un Dios que camina con nosotros, que está a nuestro lado y nunca nos abandona. Él mismo nos invita a vivir en un gozo que trascienda el sufrimiento porque Jesús está con nosotros: “en verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, pero el mundo se alegrará; estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría.
Cuando la mujer está para dar a luz, tiene aflicción, porque ha llegado su hora; pero cuando da a luz al niño, ya no se acuerda de la angustia, por la alegría de que un niño haya nacido en el mundo. Por tanto, ahora vosotros tenéis también aflicción; pero yo os veré otra vez, y vuestro corazón se alegrará, y nadie os quitará vuestro gozo” (Juan 16-20-22).
Que la Navidad nos recuerde la verdadera razón de nuestra alegría en estos tiempos y podamos vivir siempre en el júbilo que viene del dar, recordando que, aliviar el dolor de otro y trascender el nuestro es un deber, porque, como nos recuerda San Pablo en Romanos 12:12, estamos llamados a vivir alegres en la esperanza, mostrando paciencia en el sufrimiento y perseverando en la oración, fijando nuestros ojos en aquel que es la paz auténtica: Jesús.