La fe es lo que mantiene nuestra esperanza. Se expresa en la confianza en uno mismo, pero sobre todo en el Dios que nos trasciende y está por encima de todo cuya voluntad es un misterio.
Vivir desde la fe es un compromiso, implica tener un corazón conforme al corazón de Dios, contribuir con su misión y amar hasta el extremo.
Compromiso con la Fe: En Abraham encontramos el testigo de la fe que cree sin haber visto. Que deja su tierra siguiendo la promesa del Dios que elige a un pueblo y quiere hacerlo partícipe de su plan de salvación para la humanidad. En Abraham estamos representados todos los cristianos que decimos si al Señor abandonándonos en sus manos, confiados en que Él obrará en nosotros.
Tener un corazón conforme a Dios: David representa a ese hombre que Dios quiere que seamos. Aunque a veces el pecado nos desborde, el arrepentimiento sincero y la búsqueda continua de ese Abba que nos ama nos devuelve a la gracia que se nos restaura por su misericordia que siempre nos abraza, perdona y acoge.
Vivir desde el sentido de misión: En Moisés vemos el ejemplo del hombre que, por el llamado de Dios de liberar a su pueblo de Egipto, se transforma en un hombre valiente, audaz y con confianza absoluta en que es Dios el que actúa a través de él, y, aunque encuentre obstáculos en el camino, todos los vencerá porque la Fuerza de lo Alto lo acompaña.
Amar hasta el extremo: La fe se expresa en el amor. Jesús es el gran ejemplo del amor incondicional que estamos llamados a vivir en este plano de la existencia.
Amar hasta el extremo es el compromiso del que quiere ser su seguidor. Este es un amor incomprendido y hasta cuestionado, pero ese es el amor que Jesús nos pide.
Ese que, como dice Pablo en 1 de Corintio 14 4-7: es sufrido y benigno; que no tiene envidia, que no es jactancioso, que no se envanece; que no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; que no se goza de la injusticia, y que se goza de la verdad. Y que todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.