El célebre autor experto en comunicación, Paul Watzlawick, toca con sutil ironía el tema de nuestras expectativas, y sostiene que las personas, se emocionan con intensa energía ante la llegada del viernes como antesala del fin de semana, con más fuerza aún, que la damos al domingo para disfrutar en presente, del asueto.
Es increíble la forma en que los consumidores respondemos ante la novedad. Es un fenómeno digno de estudio.
Se abre una nueva cadena de comida rápida, y nos agolpamos como abejas en un abrumador entra-y-sale del lugar. Instalan la nueva sucursal de una tienda por departamentos y el tamaño de las filas que hacemos, llega a sorprender a toda una cuadra.
Desde que se anuncia su apertura, son incontables las consultas y contactos que hacemos entre amigos, para comentar la experiencia que tuvimos allí o para preguntar si vale la pena el esfuerzo de la fila, especialmente entre los conectados: el gran hormiguero de las redes sociales.
Lo curioso es que el ímpetu del tiempo previo y del momento de la apertura, tiende a bajar gradualmente frente a nuestros ojos, hasta ver cómo la atención, y también la muchedumbre, se muda de lugar, tan sólo con el abrir de otra tienda aún más novedosa.
Es una dinámica continua, un esfuerzo permanente de las empresas, en la búsqueda por cautivar la preciosa atención de potenciales clientes.
Comparo esa dinámica con la que a diario acontece en algunos medios noticiosos y el efecto que produce en cada uno de nosotros.
Crímenes y delitos nos dejan perplejos, y poco a poco nos van quitando la capacidad de asombro. Los atracos, la violencia intrafamiliar, feminicidios, logran ocupar los “trending topics” de los medios digitales y las notificaciones de los diarios electrónicos, que nos bombardean con el nuevo producto de la era: información, un bien del que hemos empezado a dudar, según la reputación de quien la difunde, dada la insistencia, la reiteración… y al final la comprobación de que la calidad de aquello que nos ofrecían, y “que compramos”, no es tal.
Una y otra vez, abrazamos la emoción de la víspera, de los spots publicitarios, pensando que un nuevo producto será mejor, que la nueva noticia será impactante, o que al menos nos dará la oportunidad de revalidar nuestras convicciones, o de transitar las altas cuerdas de la emoción circense, hasta dejarnos caer de alto con la expectativa insatisfecha.
Por eso creo que las mismas noticias, particularmente las de escándalo público, según quien las diga, traen consigo un morbo que estamos moviéndonos a consumir, dejándonos llevar de las “embravecidas” olas de lo nuevo, buscando aquella calidad que en el tiempo se perdió, en medio del afán por cubrirlo todo. Pero el efecto víspera cada vez dura menos tiempo.
Ello nos hace girar hacia un lado y ponderar pensamientos como el que ha compartido el director polaco Krzysztof Warlikowski en su discurso para UNESCO en el día mundial del teatro 2015: “vivimos enfrentados a crímenes y conflictos que surgen en tantos lugares y de manera tan rápida que ni siquiera los omnipresentes medios de comunicación pueden seguir su ritmo”…
Les invito a consumir un mejor producto informativo, fruto del análisis propio, de la interconsulta, de la aplicación inmisericorde del contraste. Conocer el corazón de los noticias y de sus personajes, penetrando en ellos, en su historia misma y dejándonos conquistar por la autenticidad de lo genuino, distantes de toda posibilidad de frustración y fracaso. El producto que necesitamos empezar a comprar, en verdad, es el optimismo; pero no un optimismo inocente. Vivamos la propia fiesta con tanta emoción como lo hicimos en la víspera, haciendo de cada ilusión, el nuevo barro para construir el presente.
*El autor es Consultor de Servicios y Administración Pública.