En 1858, Santana expropió fincas, casas, negocios y animales de Báez y sus hermanos y de paso les “quitó” varias mujeres. Trujillo cambió la Constitución para que su amante españolita fuera esposa y Bienvenida su querida, con aplausos clamorosos de la sociedad capitaleña.
Balaguer nunca reconoció hijos que alegan serlo. Bosch calificaba a Peña como “degenerado”. Enemigos de Guzmán susurran que su depresión suicida fue porque no existía el taladafil. Hipólito acostumbra regalar sildenafil a seguidores.
Leonel gobernó divorciado y tras casarse no siempre duerme en su casa. Gobierno y oposición tienen personajes cuyos apodos a sus espaldas refieren parentescos desconocidos.
La dirigencia opositora incluye dadores de cheques malos, explotadores que pagan miserias, dipsómanos irremediables y donjuanes hípersexuados. Los secretos impublicables de nuestra fauna política son conocidos.
¿No tendría que ver la corrupción mentada con tanta flagrante hipocresía ante inmoralidades, amoralidades o indelicadezas que, si molestaran al pueblo, menguarían las votaciones? Aquí pocos poderosos aguantarían escrutinios tipo Congreso estadounidense para funcionarios.
Pero vivimos denunciando al contrario. ¡La vida del trópico!