Pensaba que había escrito de manera suficiente sobre el mal de la violencia en nuestra sociedad, sobre sus causas y sus nefastas consecuencias, y sobre mi oposición a la idea de que el dominicano es violento por naturaleza, y no, inducido a ella por las estructuras, por la cultura, por la historia y la cadena de frustraciones reinantes en la República Dominicana.
Creí que bastaba con varios artículos, algunos de cuyos títulos fueron: “Violencia, mal nuestro de cada día”, “¿Por qué actuamos con violencia?”, “Pleito en las escuelas”, “Crímenes atroces, de nuevo”.
Un amable lector, sin embargo, me exhortó a insistir sobre el fenómeno, el cual estima un tema fundamental.
En nuestro país, hasta ahora, se puede decir que han fracasado los distintos esfuerzos que se han hecho para enfrentar el problema de la violencia, y de la inseguridad a que la misma da lugar.
Nuestro Estado ha fracasado en los planes y las campañas que ha concebido, por la falta de coherencia, consistencia y amplitud de estos.
Ha fracasado también por la dimensión del problema y por el poder de algunas instancias y personas generadoras de violencia.
Estudiosos e investigadores del fenómeno, así como de la inseguridad en el país y en Centroamérica, establecen la participación de una significativa e indeterminada cantidad de militares y policías de alta graduación en el funesto negocio del narcotráfico.
En la República Dominicana se mantienen inalterables las causas y los factores que explican la violencia y la inseguridad.
La disminución cuantitativa que pueda darse por ejemplo respecto al número de homicidios, no parece tener siempre una gran significación estadística cuando se ve de un año a otro seguido, además de que en los planteamientos que se hacen puede haber un condicionamiento por parte del que controla la construcción y la propiedad de los datos.
No nos llamemos a engaño, la percepción nacional es que la violencia y la inseguridad se mantienen y crecen. Aunque en el país la cuestión de la violencia no es un mal importado, es un problema que se torna más complejo en la medida en que a través de medios tecnológicos de comunicación el fenómeno encuentra difusión y promoción mediante la proyección de videos en vivo, tal como ocurrió la semana pasada cuando se transmitió el horrendo ametrallamiento por parte de un militante del odio contra los asistentes a una mezquita en Nueva Zelanda.
La fuerte violencia en nuestra sociedad es responsabilidad principal del sistema y la cultura que imperan.
Mientras tanto, hay que procurar aumentar su control, mediante grandes reformas socio-económicas, jurídicas y políticas, a través de grandes campañas de valores sobre respeto y paz, así como por medio de campañas de desarme de la población, en varias etapas, principalmente de las armas ilegales.