Este sábado tuve grato placer en compartir en una misma mesa del Hotel Lina con el Dr. Reynaldo Vargas Ortega, médico eminente, con la Dra. Amalfis Núñez, famosa especialista en medicina sexual, con la Dra. Venecia Joaquín, profesional igualmente ilustre, así como con otros distinguidos amigos, todos verdaderos cultores del arte de la conversación.
Estuvimos participando del acostumbrado Almuerzo Navideño del periódico EL DÍA que dirige el fraterno amigo Dr. Rafael Molina Morillo.
De la ponderada sapiencia de mis eximios contertulios derivé muchas cosas. Escuché, por ejemplo, que los humanos somos, en el fondo, una suerte de bacteria bien desarrollada, y que a la testosterona, además de ser la hormona sexual masculina, la naturaleza le encomendó, mediante prodigioso software, la delicada función de desatar la violencia, tanto la ofensiva como la defensiva, una u otra, casi siempre a cargo del varón, aunque también a la hembra le asignara una pequeña porción de esa hormona.
¿Desatar la violencia?, ¿para qué? Ambas se producen de modo instintivo. La defensiva le sirve al hombre para proteger y resguardar lo suyo: su propio yo, su mujer, sus padres y mayores, sus hijos, su familia, su fe, su honor, su territorio, su casa, su patria, sus bienes, en fin, todo lo que él considere que debe defender.
Y la ofensiva le sirve para castigar o escarmentar al intruso, al insolente, al violento, al invasor, al dañoso, al caco, al injurioso, al insultante, al agravioso, al afrentoso, al provocador, al belicoso, al irrespetuoso y, en fin, a todo aquel que el hombre considere agresor o atacante.
Así discurrió el agradable mediodía del sábado. Pero el ingrediente jocoso no podía faltar en aquel interesante intercambio.
Tratando de entender la actitud pacífica del varón sereno y tolerante, pregunté si su pasividad reflejaba inexistencia o déficit de testosterona.
La doctora intervino muy amable, y apuntó decidida “pues, puede que sea algún déficit; yo tengo la sospecha, muy bien fundada por cierto, de que nuestro país, como país, está afectado por una carencia de esa índole; aquí se han estado soportando descaros que antes eran impensables, ofensas y agravios que nunca fueron permitidos e intromisiones extranjeras llenas de prepotencia que incluso pretenden desafiarnos y hasta coaccionarnos en nuestro propio territorio”.
La interrumpí de buen modo y le dije “doctora, con todo respeto me parece que eso no es por déficit de testosterona; cuando yo era estudiante a eso le llamábamos ‘entreguismo’ para decirlo sin ambages”.
La doctora interrumpió a su vez y me dijo de manera convincente “mira, llámalo como tú quieras, pero un país sin testosterona es un país INVÍABLE.
La independencia de 1821 no pasó de ser Efímera porque el país padecía de un grave déficit de esa hormona, pero la de 1844 se hizo a base de testosterona, puesto que aquí no teníamos armas siquiera; asimismo obtuvimos la Restauración y superamos cuantas pruebas fueron necesarias para afirmarnos como país libre y soberano.
Todo fue a base de testosterona; no lo pierdas de vista. Sin testosterona no hay país. Y actualmente, si seguimos acobardados como estamos nos van a imponer un concubino sin educación ni salud ni respeto por nosotros. Y nos van a hacer como en 1822, o como en 1916 o como pretendieron en 1965”.
Cultivemos nuestras testosteronas para proteger a nuestro país.