Procedían de Yucatán y era su primera experiencia fuera de México. Esta familia hizo las delicias de las curiosidades para el grupo de niños del barrio, que diariamente nos “encaramábamos” en el frondoso árbol de limoncillos que daba al patio de la residencia donde ellos vivían.
Resulta que la familia yucatexca, debido a la necesidad y costumbres de Yucatán (al parecer por las serpientes), dormían todos en hamaca de yute. Carlitos, el varón, se llevó a México los más gratos recuerdos del país después de residir y crecer aquí.
Aprendió lo que era el “maroteo” de mangos y “cajuilitos solimán” en la finca de “Cachimán”, al frente de la esquina de la Plaza de la Salud (Ortega y Gasset con avenida San Cristóbal).
Nuestras incursiones de maroteo a dicha finca ocurrían siempre durante los torrenciales aguaceros, pero especialmente en el mes de mayo.
El guardián de la finca, cansado ya de soltarnos los perros a cada momento, nos llamó un día y nos invitó a avisarle cada vez que quisiéramos mangos o cajuilitos para así evitar tener que seguir soltando los perros.
A esta solicitud del buen guardián todos respondimos negativamente, diciéndole que sin los perros los mangos y los cajuilitos no sabían igual, que bueno era con los perros sueltos. El guardián quedó desconcertado.
Los estudios primarios los efectuamos en el magnífico local de la Escuela República Dominicana, donde además de las materias de dichos cursos asistíamos tres veces a la semana a los cursos de Artes manuales, pudiendo aprender adicionalmente los principios básicos de ebanistería, encuadernación, carpintería y otros cursos que fácilmente podían ofrecer a cualquier alumno una forma decente de vivir en caso de tener que dejar los estudios.
Puedo decirles que las clases y profesores eran excelentes y en el tiempo cuando recuerdo los baños olorosos y relucientes los puedo comparar con los mejores de cualquier restaurant de lujo del país.
Un caso increíble es que la escuela tenía una piscina semi – olímpica, con agua limpia y tratada, comparable a la mejor de club social alguno de hoy en día. Posteriormente, pasamos a la Escuela Normal de Varones, Liceo Presidente Trujillo.
La enseñanza y disciplina bajo el padre Astacio y el padre Vicente Rubio, además de la supervisión de Virgilio Travieso (que no hablada, sólo miraba y todos entendíamos), se puede decir sin equivocación que casi era una academia militar.
¡Cuánto hemos retrocedido en la educación!, hace unos meses le pregunté a un empleado dónde quedaba Santiago de los Caballeros y me dijo que en el sur, luego le dije, y ¿Barahona? Me contestó orondo, oh en el norte.
El empleado aludido está en el tercer curso del bachillerato. Solamente pensé, ¡pobre país! Recordé que en el quinto curso de la primaria hacíamos “careos” y todos nos sabíamos hasta los distritos municipales de cada provincia. ¡Qué tiempos!
Un acontecimiento de suma importancia aconteció para alegría de todos los niños y jóvenes de Villa Juana, específicamente en la calle Paraguay, entre las calles 23 y calle 25 de esa época, fue la llegada de quien más tarde se convirtió en el astro del béisbol Juan Marichal. Juanico llegó a vivir a la casa de su hermano Gonzalo, exactamente frente a la de mis padres, en la Paraguay n.º 151, Marichal vino de Laguna Verde a jugar en el equipo de la Aviación Militar Dominicana, donde mi tío era el mánager (Luís Tomás Viñals).
En las tardes era obligatorio pasar algunas horas conversando frente al colmado “El Guajirito”, Paraguay con calle 25; también practicábamos béisbol en un solar al lado de mi casa, donde el “monstruo de Laguna Verde” hizo el deleite de todos al lanzarnos algunas bolas con consideración.
Luego vino la firma de Horacio Martínez y el astro viajó a Estados Unidos y sus 23 victorias en las menores que le otorgaron el nombre de Juan XXIII, similar al Papa de entonces.
Villa Juana ha dado importantes figuras que han dado renombre a esa humilde y laboriosa barriada, basta con nombrar al piloto Elvis Vásquez, que fue nada menos que el piloto personal del Presidente de la nación más poderosa del planeta.
Un humilde muchacho, producto auténtico de esta tierra, como un cóndor se elevó triunfante a la cima de la cumbre. Otro producto triunfante de Villa Juana es el escritor Junot Díaz, que dice: “Vivíamos al sur del Cementerio Nacional, en una casa de madera con tres cuartos. Eramos pobres.
Para ser más pobres todavía había que vivir en el campo o ser inmigrante haitiano, que era el consuelo brutal que siempre nos ponía mamá como ejemplo.
‘Por lo menos, no están en el campo. Si no tendrían que comer piedras’-, no comíamos piedras, pero tampoco carne ni habichuelas”.
Lamentablemente, este narrador se ha alejado bastante de la realidad dominicana y últimamente ha efectuado declaraciones muy distintas al sentir nacional.
No podemos dejar de mencionar al Dr. Leonel Fernández Reyna, producto auténtico de Villa Juana y tres veces Presidente de la República.