Cuando en la década de los años cincuenta llegamos a vivir a la entonces apacible barriada de Villa Juana, nunca pensamos que esa humilde comunidad llegaría a ser generadora de grandes personalidades a nivel nacional e internacional.
Era la época más fuerte de la brutal dictadura que nos agobiaba. Aunque la vida discurría de una manera rutinaria y tranquila. Para nosotros, niños aun, todo era simple, pero agradable y feliz.
Eramos pobres pero nos sentíamos ricos en felicidad con los juegos que practicábamos; los carritos de palo con ruedas de jabilla y dos cuerdas que giraban el tren delantero hacia los lados; los caballitos de palo de escoba que eran nuestros corceles en los partidos de polo con una latita de leche condensada vacía como la bola y un bastón en cruz al final que hacía de mazo para impulsar la “bola” (latita vacía) hasta la meta, en esto éramos unos privilegiados, ¡plebeyos jugando el deporte de la nobleza!
Este deporte era influenciado por los juegos de polo en el estadio “Perla Antillana” todos los domingos después de las carreras de caballos donde hoy está la Plaza de la Salud, por los hijos del jefe, Ramfis y Radhamés, y su cofradía. Casi siempre también asistía el Generalísimo a ver jugar su prole.
También jugábamos pelota en las afueras del Estadio Trujillo, hoy Quisqueya, Juan Marichal, en construcción para esa época. Después que regresábamos de las clases en la Escuela República Dominicana era obligado ir en la tarde a ver la edificación del estadio para ver los avances de la obra, donde se decía que se iba a jugar béisbol de noche.
Las generaciones de hoy no se pueden imaginar lo que eso representaba para nosotros, ¿béisbol de noche? Era inimaginable. El día que se inauguró el estadio, octubre de 1955, y se encendieron las luces del “play” nadie durmió en la barriada contemplando esa magia de espectáculo.
Otro juego que disfrutábamos grandemente era “las carreras de caballos” con pedacitos de palos de fósforos que poníamos a correr en los contenes de las aceras después de las grandes lluvias de mayo, que duraban horas. Sabíamos los nombres de los caballos que corrían en el hipódromo “Perla Antillana” y cada palito de fósforo tenía el nombre respectivo de nuestro caballo favorito.
Eran momentos de felicidad indescriptibles, ¡éramos pobres y felices!.
Luego llegó la inauguración de la “Feria de la Paz” y 4 años más tarde la llegada de los expedicionarios del 14 de junio de 1959, a partir de ahí todo cambió y comenzó el despertar.
La barriada de Villa Juana, tenía para ese entonces la concentración mayor de empresas, muchas de las cuales aún existen: Ferretería Americana, Ferretería Goyo, Antillana Comercial, Cortés Hermanos, Industrias Banileja, La Manicera. Desaparecieron la Fábrica de Clavos, Fasaco, Fábrica de Cemento y otras más pertenecientes a lo que fue Corde después de la muerte de Trujillo. La mayoría de los jóvenes de la época trabajaban en esas empresas.
La Fábrica de Sacos y cordelerías (Fasaco) había traído un ingeniero mexicano especializado en fibra de sisal para las instalaciones de las modernas maquinarias. Como el contrato era de largo tiempo el ingeniero trajo su familia a vivir al país.