Comenzó octubre, un mes agitado por vientos electorales. En estos días en Brasil (5), Bolivia (12) y Uruguay (26) serán juzgados sus respectivos gobiernos.
En los dos primeros los actuales presidentes Dilma Rousseff y Evo Morales van por la reelección y en Uruguay la gobernante coalición de izquierdas Frente Amplio recurre y confía en que el expresidentes Tabaré Vázquez nuevamente vencerá a los partidos históricos, Blanco y Colorado, como lo hizo hace 10 años.
Las campañas son virulentas y las acusaciones van y vienen. El tema corrupción es central entre los brasileños; en Bolivia los abusos de poder y utilización de la maquinaria y recursos del Estado a favor del oficialismo es, sin duda, lo que más empaña un debate en el que el “machismo” también reclama un espacio, y en Uruguay, en una confrontación salpicada por denuncias e investigaciones de actos de corrupción, el tema principal de divergencia ha pasado a ser la acogida de “6 islamitas presos de Guantánamo“, resuelta, pero aun no concretada, por el presidente José Mujica, quien ha agudizado su peculiar lenguaje y al tiempo de acusar a la oposición de “alma podrida”, exige que “no le rompan más las pelotas” con ese asunto.
Los mercados tiemblan, porque, como es sabido, el capital es cuidadoso, cobarde y huidizo, y le gusta que le adulen y lo contemplen, conducta a la que los gobiernos, sean del signo que sean y necesitados de inversiones, son muy propensos.
Pero si bien las campañas son virulentas, lo son solo verbalmente. Y eso es destacable y positivo.
En alguna forma las elecciones – tan contaminadas en la región por los ataques de los mandamases a la libertad de expresión y a los opositores – operan como un elemento de desahogo, de alivio o de esperanza, que frena manifestaciones más violentas de protesta, rechazo, inconformismo y reclamo de cambios que en casos dan pie a utopías alimentadas por oportunistas demagogos .
as elecciones constituyen una especie de tregua, pero que se acaba cuando asume el gobierno elegido
El caso de Brasil es el más elocuente y parecería que los mercados tienen sus razones para estar agitados. Si gana Dilma -sería en segunda vuelta, según las encuestas-, tendrá que encarar un fuerte ajuste económico que afectará, entre otras cosas, a subsidios y regalías a la población con las que el PT ha logrado una buena base electoral y parar en algo la protesta.
Si lo hace, recrudecerá la movilización y el reclamo social que las elecciones han sofrenado un poco.
Si no lo hace, la economía brasileña seguirá en baja y a muy corto plazo la agitación será en los mercados y en el campo social, a la vez.
En concreto, la interrogante principal no es sobre quién ganara, sino sobre lo que viene después.
Mientras tanto las elecciones cumplen esa función extra de distracción y de generar expectativas y esperanzas. ¿Cuánto desearían los argentinos tener elecciones en estos días, en que los mercados están tan agitados y el dólar se dispara sin riendas ni frenos? Y no es que quieran un golpe de Estado- que así siempre es peor el remedio que la enfermedad- ni que haya una conspiración de la derecha, la burguesía y el imperialismo yanqui, como dice la presidente Cristina Kirchner recurriendo al clásico recetario progresista, populista y bolivariano.
Lo que pasa es que a la gente le asusta todo lo que todavía pueda hacer este gobierno, que cree que la economía se arregla con voluntarismo y a las patadas y que a la oposición y las ideas disidentes se les responde con insultos y persecución.