Vidas perdidas

Vidas perdidas

Vidas perdidas

Altagracia Suriel

El dolor humano frente a cualquier vida que se pierde por razones naturales es entendible. Pero hay un sufrimiento extremo que producen las vidas perdidas a destiempo por accidentes de tránsito, por errores policiales, por suicidio, por violencia o por otras razones. Lo peor es que esas muertes son de personas jóvenes con un futuro por delante.

El hijo de Julio César de la Rosa Tiburcio, presidente de ADOCO, es una de esas vidas perdidas por causas inexplicables que consternan a la sociedad. Un accidente que nadie sabe las circunstancias y una persona detenida que no auxilió al accidentado y parece que huyó tras el hecho.

En una semana también vimos las desgarradoras noticias de jóvenes de los cuerpos armados suicidándose y 5 feminicidios de mujeres que fueron muertas a manos de sus parejas.

Las muertes no dan tregua. Las historias se repiten unas tras otras por una causa o por otra. Una nueva noticia de muertes prevenibles sepulta a la otra.

En una sociedad que va perdiendo la capacidad de asombro ante el mal y la violencia pareciera que el valor de la vida se está depreciando cada vez más y que nos estamos anestesiando ante al dolor ajeno.

Frente a todos estos males tenemos que reafirmar el valor de la vida. Se tienen que reforzar las medidas preventivas en bien de lo más preciado que tenemos. Hay que prevenir con más contundencia los feminicidios, los suicidios y las muertes por accidentes de tránsito.

Tenemos que educar a nuestros hijos para que protejan la vida, recordando que nada vale más que la existencia humana y que la vida se expresa en cada persona humana a la que hay que cuidar, respetar y amar.

Con Juan Pablo II tenemos que promover el llamado que nos hace su encíclica Evangelium Vitae de ‘¡respetar, defender, amar y servir a la vida, a cada vida, a cada vida humana! porque sólo en este camino se encuentra la justicia, el desarrollo, la libertad, la paz y la felicidad.



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