Vida y angustia en la hipermodernidad

Vida y angustia en la hipermodernidad

Vida y angustia en la hipermodernidad

José Mármol

En sus conocidos “Diálogos filosóficos”, que publicó por un largo tiempo en el diario digital Acento el doctor Andrés Merejo, filósofo, literato y experto en materia de ciberespacio y aspectos sociales de la digitalización, me formuló una pregunta, a la hora de mi diálogo con él, en base a mi libro “Posmodernidad, Identidad y poder digital.

Las nuevas estrategias de vida y sus angustias” (Bartleby, Madrid, 2019).

Trató acerca de la relación entre innovación, tecnociencia, ciberespacio y cultura, y cómo epifenómenos relacionados con la ciberadicción y la infoxicación podrían convertirse en obstáculos para el desarrollo del conocimiento y el desenvolvimiento en los estilos de vida de la hipermodernidad.

En ese libro recojo una selección de artículos escritos para esta columna entre los años 2014 y 2018. El cibermundo, le contesté, sus virtudes y sus peligros, es mucho mejor vivirlos, para poder pensarlos y transformarlos críticamente, que pretender no vivir en su dinámica o darles la espalda, lo que implicaría un alto grado de irresponsabilidad individual y ciudadana, además, de inútil permanencia en la cultura análoga, hoy en franca decadencia o agonía.

Como sujeto de mi tiempo y mi espacio, ambos en aceleradísima transmutación o cambio, he tratado de comprenderlos hasta la perspectiva de hacerme una teoría, no pretensiosa, aunque sí aguda, sobre la complejidad de mi sociedad, mi tiempo y el individuo que los habita.

No se puede vivir sin angustias en un mundo y un tiempo que te exigen una estrategia de vida, una política de vida, como gusta llamarlas Anhtony Giddens. Hay que tratar de esbozarlas, al menos, de hacerlas parte de tu modus vivendi.

Reflexiono en el libro en torno al descontento que en nosotros, individuos de un momento histórico determinado, ha ocasionado la serie de promesas incumplidas con que la modernidad presente o hipermodernidad, que Zygmunt Bauman denominó modernidad líquida, se instauró como estrategia y política de vida, como organización del Estado, la economía, la cultura y la sociedad.

Los acontecimientos de hoy, incluso el terrorismo internacional o las guerras en su contra, como tampoco los fenómenos culturales, económicos y científicos hubieran tenido lugar sin la revolución tecnológica y el auge del medio digital.

La virtualidad transformó el tiempo cronológico en instantaneidad o simultaneidad y el espacio físico, que supeditaba al yo a la unicidad, se transforma en ubicuidad, multipolaridad y dualidad del yo mismo, construyéndole, incluso, una nueva identidad: la identidad virtual.

Otra transformación importante es la del riesgoso desplazamiento que la información y la hiperconexión representan frente al conocimiento y su peso específico en el pensamiento y la cultura.

El dataísmo, como lo denuncia Byung-Chul Han, hacer del dato per se una suerte de religión, de verdad absoluta, de conocimiento en sí mismo puede derivar en infoxicación, es decir, en información excesiva y reducida al grado cero de su propia utilidad.

Además, la seducción de la virtualidad y el entusiasmo excesivo por la sociedad en red podrían conducir al nuevo sujeto al padecimiento de ciberadicciones.

Otro fenómeno importante que surge en el contexto actual, caracterizado por el predominio del medio digital, al menos, en sociedades de modernidad avanzada, y que planteo en las páginas de ese libro es el de la mutación del poder y del dominio, como ejercicio de aquel.

La revolución tecnológica y el giro digital han infligido una transformación, una metamorfosis del poder, que ha modificado significativamente su topología y sus mecanismos de dominio, migrando, por ejemplo, la vigilancia y la explotación del sujeto, desde el panóptico de la sociedad disciplinaria que desentrañó Michel Foucault al pospanóptico o panóptico digital inherente al sistema de pantallas y dispositivos digitales de la sociedad presente.