En vicios y virtudes somos formados, desde la familia, pasando por la escuela, y en la sociedad. Por supuesto en diversos momentos de la vida de cada cual asumimos conscientemente cultivar tales virtudes o vicios.
Los motivos y razones pueden ser tan diversos como individuos existentes, pero salvo que se sufra de una patología mental severa -los menos- somos responsables de nuestros vicios y virtudes.
Un corrupto maduro no surge por generación espontánea, detrás de él hay años y años de influencias nefastas y decisiones erradas.
No es de extrañar que un corrupto provenga de padres corruptos -un caso ejemplar se publicitó el fin de semana pasado-, pero si proviene de padres honrados, su vida como corrupto es una guerra íntima de esa familia.
La corrupción florece por un orden legal inoperante y la permisividad social frente a quienes se enriquecen al margen del trabajo honrado.
Sin fiscales y jueces capaces e íntegros los corruptos son dueños del escenario, pero si la sociedad los tolera -y hasta los encumbra- la guerra contra la corrupción está perdida.
El caso Odebrecht podrá tener mucha atención pública pero es poca cosa comparado con la totalidad de la corrupción pública, si nos atenemos a los políticos enriquecidos sin explicación honesta durante las últimas décadas en nuestro país.
Falta mucho para que la justicia y la sociedad dominicana realmente se consideren hostiles a la corrupción y protectoras de la honestidad. Que la publicidad del caso no nos encandile o terminaremos como espectadores de un circo mediático.