Durante los primeros años de la década del setenta fui vecino del publicista, escritor, y cultor y promotor de las artes Freddy Ginebra, en un edificio de apartamentos del sector capitalino de Gazcue.
Quizás por esa circunstancia fue el primer productor televisivo que me entrevistó en su programa, en relación con los escritos de mi columna Estampas Dominicanas, que publicaba en la revista “¡Ahora!”.
He mantenido con él una relación que podría describir como espaciada y fraterna, ya que he sido, al mismo tiempo, asiduo espectador y cronista honorífico de los espectáculos artísticos de su amada Casa de Teatro.
Durante la temporada inaugural de la institución, y en mi condición de reportero del diario vespertino “Última Hora”, escribí varios artículos sobre aquel evento.
Y cuando Freddy inició un discurso de gratitud, lo interrumpí manifestándole que era yo quien tenía con él una deuda extra patrimonial, por haberme liberado del anonimato visual, “inaugurándome” en la pantalla chica.
Una noche en que llegué temprano a Casa de Teatro para la presentación de una charla del justamente afamado escritor Mario Vargas Llosa, lo encontré conversando con mi amigo.
Tras la presentación conversamos los tres sobre temas literarios durante unos veinte minutos, y confieso que lamenté no haber llevado las obras de mi tocayo que poseía, para que las autografiara.
Estas remembranzas surgieron al enterarme que debido a trabajos de excavación en la esquina de las calles Padre Billini con Arzobispo Meriño, vía de acceso a Casa de Teatro, sus actividades se han visto considerablemente disminuidas.
Y es que, desafortunadamente, muchas veces el progreso material afecta la vida artística de los pueblos.