El éxito a veces perjudica. Por ejemplo, los verdes han articulado una formidable maquinaria para canalizar reclamos populares contra la corrupción e impunidad, como los movimientos cívicos surgidos tras el ajusticiamiento de Trujillo en 1961.
En aquella ocasión, tanto el 14 de Junio como la Unión Cívica, tan pronto se convirtieron en partidos políticos, sucumbieron por la impericia de sus líderes y falta de sanas raíces populares.
Por eso las dos fuerzas políticas predominantes desde entonces fueron los partidos de Bosch y Balaguer, ambos duchos políticos.
Ahora, algunos dirigentes verdes obran fuera del cajón exigiendo al presidente Medina dizque renunciar, algo tan alocado, impráctico y poco probable que hace cuestionar el sano juicio de esos cacos-de-rola.
Exaltados o embriagados de fatuidad por el apoyo inmenso a las marchas verdes, creen poder canalizar esa fuerza política a un fin espurio que nunca consiguen en las urnas.
La sociedad civil hace bien reclamando con toda justeza combatir corrupción e impunidad. Pero ello tiene sentido para fortalecer y sanear nuestras instituciones democráticas, no destruirlas.