Desde junio del pasado año, el precio del petróleo ha reducido su valor en 60%, alcanzando los 45 dólares por barril. Esta reducción ha malogrado a los países exportadores de crudo comoVenezuela, cuya estabilidad política, económica y social recae en el precio del llamado oro negro.
Nueve de cada diez dólares que ingresan a la economía venezolana provienen del crudo, y ante la vorágine bajista, ha hundido la débil finanza bolivariana,recortando el flujo de efectivo sumado al disparo de la inflación, lo que ha provocado una vergonzosa escasez de los principales artículos, en un país donde el 70% de los bienes de consumo son importados.
La situación se ha vuelto color de hormiga. Las largas filas para comprar el más básico de los productos de primera necesidad se ha vuelto una tarea titánica.El pueblo, al borde de un estallido social, mientras el gobierno hace malabares buscando recursos en Rusia, china y otros países de la OPEP, pero sin ninguna solución luego de la gira de inicio de año. A esto, se le agrega la retirada de cuba como socio político e ideológico, ante el acercamiento castrista al “imperialismo yanqui”.
Las calificadoras de riesgo como Fitch y Moodys, también están pasándole factura al gobierno de Nicolás Maduro, destacando la alta posibilidad de incumplimiento de los compromisos financieros, aumentando la presión sobre la balanza de pagos, desplomando el precio de los bonos soberanos y encareciendo el financiamiento externo.
Luego de quince años de gobiernos socialistas, el heredero político de Chávez se enfrenta a la más cruda y difícil situación. Un simple golpe de timón del régimen no va lograr el objetivo. Será necesario recortes adicionales de las importaciones, aumento del precio de la gasolina en suelo venezolano, eliminación de subsidios, reenfoque de los programas sociales y devaluación de la moneda.