Vegano de espíritu y corazón

Vegano de espíritu y corazón

Vegano de espíritu y corazón

José Mármol

Se nace donde se nace, ciertamente. Pero, de conciencia y corazón, se es de donde se desea ser. Nací en Santo Domingo, en el barrio de Ciudad Nueva.

Pero, a muy temprana edad mi familia decidió instalarse en La Vega. Allí viví y me formé. Parecido a lo afirmado por el maestro Lao Tse, quien dijo haber nacido a los 70 años, yo, en cambio, y guardando la distancia, he vuelto a nacer a los sesenta y uno.

Porque el honorable alcalde municipal, ingeniero Kelvin Cruz, y el Concejo de Regidores del Ayuntamiento Municipal de La Vega, ciudad culta, olímpica y carnavalesca, me concedieron el honor de declararme “Hijo Adoptivo y Meritísimo”, mediante la Resolución Número 029-2021, en un hermoso y emotivo acto. Un gesto que valoro y agradezco.

Salí de La Vega hacia Santo Domingo para estudiar en la UASD, con una mochila en la que ya cargaba libros de literatura, arte y filosofía, adquiridos conforme seguí yendo a la Librería Valencia, a pesar de que se había cerrado la Escuela de Bellas Artes, que operaba en el emblemático edificio de don Zoilo García.

También ya escribía poemas en los cuadernitos blancos, con el dibujo de un indígena contemplando las tres carabelas colombinas en la portada, que me compraban mis padres para las clases del Liceo Don Pepe Álvarez y del Colegio Agustiniano, donde terminé el bachillerato, gracias a una beca que me facilitó, para que integrara el equipo de baloncesto, nuestro querido entrenador, Evangelista El Buey, a quien siempre le reservo una imborrable y afectuosa gratitud.

Llegué a Santo Domingo con el respaldo de mi red familiar, con los cimientos de mi amor por las letras y por el deporte, con una cosmovisión reforzada por una educación hogareña basada en principios éticos y valores morales, con unas costumbres cinceladas por las tradiciones y la cultura de los veganos; con hábitos pueblerinos que defiendo a capa y espada, porque soy y seré siempre vegano.

No por casualidad en mis versos y en mi prosa ensayística o periodística aparecen repetidas veces el río Camú, los pinos de Guaigüí, Jarabacoa o Constanza, las casas de nuestra familia; también, algunos de los personajes simbólicos o muy populares de nuestra ciudad, sus barriadas y sus calles, sus fiestas patronales, sus alboradas; la antigua Catedral rodeada de coches y caballos; el parque Duarte, sus fuentes iluminadas, su tamarindo centenario, sus retretas dominicales, sus flamboyanes florecidos y la hermosura rígida, neoclásica del Palacio de Justicia, lugar donde trabajaron mi hermano mayor y mi madre; mis amigos de la infancia y la adolescencia, los olores frescos del pan recién horneado; la música emanada de las velloneras de los bares en las esquinas del Parque Hostos; las calles que caminé tomado de la mano con Soraya; los ideales de igualdad que forjaron la democracia y el fortalecimiento institucional que nuestra nación exhibe hoy; en fin, que si, manteniéndome fiel a la sentencia de Píndaro, el poeta griego antiguo, lírico y olímpico, además, que reza “Llega a ser lo que eres”, yo, entonces, solo he procurado llegar a ser lo que humildemente soy, es decir, vegano de corazón, orgulloso y agradecido de su gente, sus instituciones educativas, deportivas y culturales, de las que me nutrí, sus tradiciones, su dinámica económica y social, y muy especialmente, de las familias y personas de ese pueblo laborioso, heroico, que he tenido por cercanas y emocionalmente significativas a lo largo de mi vida.

Ser vegano significa, para mí, un elevado compromiso con la dignidad, el respeto, los valores deportivos y culturales, y con la lucha por una sociedad y un mundo mejores, para todos.



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