¿De qué vale la pena luchar?… Esa es una pregunta más frecuente de lo que uno desearía. Aunque mucho peor es la afirmación: “por más que protesten todo va a seguir igual”. Ambas son hijas de un sentimiento fatalista, de una visión pesimista de la realidad, a la que recurren para no hacer nada. Para algunas personas, rendirse es mejor que echar el pleito.
El pasado martes un grupo de dominicanos indignados por el abusivo aumento de los combustibles decidimos llevar a cabo una acción cívica. Miles de policías forraron las calles, pero ninguno de ellos nos puso un dedo encima, a pesar de lo duro que les gritamos ladrón al Presidente. ¿Qué hubiese pasado si hubiésemos hecho lo mismo durante la dictadura de Trujillo o los 12 años de Balaguer? De seguro no estaría yo escribiendo este artículo.
Es cierto que nos falta mucho por mejorar, pero sin duda tenemos más derechos y libertades, los cuales se los debemos a personas que sí consideraron que valía la pena luchar, y lo hicieron. Antes, luchar requería salir con un fusil o una bomba dispuesto a matar y a morir; hoy protestar no cuesta tanto, incluso desde la comodidad de nuestra casa lo podemos hacer a través de las redes sociales.
Lo que no vale la pena es quedarnos callados cuando podemos gritar, o encerrarnos en nuestras casas cuando podemos salir a protestar de manera cívica pero contundente.
Les invito a que sigamos desafiando la indiferencia, y unamos nuestras voluntades para enfrentar los males nos atan al subdesarrollo. El país que soñamos no se va a construir solo, nosotros debemos hacerlo.
Un fuerte abrazo.