Desde nuestra infancia vivimos las diferentes heridas del alma, por programación, el mismo sistema, crecimiento en este planeta, algunas liberándose, sanándose, otras arrastrándose. Las herramientas emocionales con que contemos definirán nuestra atadura o liberación ante el rechazo, abandono, humillación o injusticia.
Algunas veces dejamos de lado estas heridas, prefiriendo no mirar, enquistándolas detrás de máscaras. Sucumbimos al afán de poseer y por qué no, también de pertenecer. O de creer que ese es nuestro valor. Adquirir posesiones para llenar esos huecos que no tienen tapaduras más que al encontrarse con el alma, sin importar si esto significa dolor en el momento.
Porque ¿Cómo sana una posesión material un duelo por una pérdida de un ser querido? ; ¿Insufla ese bien material soplo de vida para que alguien tenga salud? ; ¿Puede este reparar la ausencia física y/o emocional de un padre o una madre? o simplemente ¿Dar paz a un corazón atormentado? Y probablemente sean estas las cuestiones que nos preguntamos cuándo un famoso con dinero, premios, reconocimientos, seguidores diga que no es feliz o que le falta algo.
El dinero es una herramienta buenísima. Un equilibrado natural de nuestro bienestar físico, mental, emocional y espiritual, poniendo la prioridad en el Ser conduce a una vida abundante, plena, rica, próspera y he ahí nuestro resplandor.
Porque como decía el escritor Jorge Luis Borges “es tan triste el amor a las cosas; las cosas no saben que uno existe”.