¡Estamos en las finales! Es una expresión que con frecuencia escuchamos en voz de personas adultas y, en la de otras que, sin serlo cronológicamente, actúan como tal, por múltiples conocimientos acumulados, para referirse al hecho de que supuestamente “el mundo se está acabando”.
Las cosas que ocurren en este tiempo no parecen ser comparables con las que conocíamos antes y no solo se limitan a la actuación de personas individuales o a pequeños grupos sociales, sino que se extiende hacia el colectivo casi en su totalidad.
Padres y madres temerosos de los embates de los hijos; policías de rodillas frente a la delincuencia y la criminalidad, políticos y empresarios en contubernio para dañar lo que fuere, fundamentalmente si es del erario, y obtener beneficios particulares a costa de su propia familia, curas pederastas, pastores simuladores y estafadores; en fin.
Desde los estamentos del poder político, donde debe anidarse la acción ejemplar, suelen enviar señales muy pocos alentadoras de ciudadanía honesta, responsable y comprometida.
Al contrario, desde esas instancias, muchos actúan con proverbial desconocimiento del respeto a las normas, a las leyes, a los principios, a la gente, a su sociedad.
Los casos están al canto. El desprecio y la condena moral que se han granjeado en el seno de la población es la más elocuente confirmación de sus execrables comportamientos.
¡Pero, por Dios, ya es tiempo! Basta de indiferencias, de indolencias y de dejar hacer y dejar pasar. Estamos en un despeñadero y no avistamos el muro de contención que pueda evitar que bajemos a su profundo fondo.
Una mirada retrospectiva, probablemente, es lo que estamos demandando, sin que tengamos que llegar al extremo de retroceder o dar marcha atrás. No, no se trata de eso. No, no.
Se trata de que veamos el pasado que nos permitió en un momento de nuestras vidas colocarnos como un país de gente buena, amable, educada (aunque no por necesidad con altos niveles académicos), solidaria y deseosas de tener formación para el empleo o para los negocios lícitos.
Los datos que ofrece la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE) de la República Dominicana refieren que contamos con unos 10,535,535 habitantes, de los cuales 5,259,642 (el 49.9%) son hombres y 5,275,893 (50.07%) son mujeres.
La población registra una edad promedio de 28.15 años que, sumado a la esperanza de vida, que es de 77.15 para las mujeres y de 71.81 para los hombres, con tendencia a un aumento de dos años para el 2030.
Estas estadísticas favorecen un espacio-tiempo para el rescate moral, social e institucional del país que debe ser aprovechado desde ahora.
No se trata de que antes las canciones eran románticas y ahora son libidinosas. Eso es lo de menos. Las expresiones de arte del momento no son el problema y pensarlo así es pretender tomar el rábano por las hojas.
Es un drama estructural que comienza por el papel de las distintas instancias de la sociedad, de las que el Estado y sus instituciones se constituyen en el modelo a seguir.
La República Dominicana pasó de una dictadura férrea de 30 años, a una etapa de dictadura ilustrada, que se prolongó por doce años, para dar paso a una no entendida democracia que propició entonces, libertad, pero también libertinaje.
Hacer una mirada retrospectiva nos permitirá analizar las vivencias, cruzarlas con el presente y estructurar una estrategia para mejorar lo que hacemos y garantizar que el futuro, el que debemos dejar en heredad a los nuestros, resulte más amable, transparente y luminoso.
¡Todavía estamos a tiempo!