Hay temas que generan posturas irreconciliables, pues cada quien tiene la razón. Representa un gran reto ponernos de acuerdo en que no estamos de acuerdo, y entonces buscar un acuerdo.
Las tres causales para la interrupción del embarazo han generado una lucha encarnizada entre los distintos sectores. Lucha que ha llevado al mutuo descrédito entre los opuestos.
Tanto las iglesias, como los sectores que propugnan por los derechos de la mujer, tienen derecho de opinar.
En una democracia todo el mundo puede opinar sobre lo que quiera, y privar a alguien de eso es una violación a un derecho humano.
Cada país tiene sus leyes, pues estas no responden sólo a criterios universales, sino que esos criterios universales deben mezclarse con la idiosincrasia y realidad de cada país.
Es una realidad que nuestro país, a pesar de ser un Estado laico, tiene su origen en la fe cristiana, y que los principios cristianos están arraigados en la inmensa mayoría de nuestro pueblo.
Pero también hay otra cara de la realidad, donde miles de niñas son violadas y embarazadas, y que a pesar de que el aborto es penado por la ley, todos los años se practican miles de abortos clandestinos, sin criterio ni medidas sanitarias, y quienes pueden lo hacen en el extranjero, con medidas sanitarias, pero sin ningún criterio.
Ante estas dos realidades, hay que buscar alguna conciliación. Para eso es importante el respeto entre las partes. Uno de los mayores problemas ha sido una polarización tan radical que no hay interlocutores. Debemos crear puentes y una zona de conversación sana y sin pasiones.
Quizás podemos buscar un acuerdo entre las tres causales y la lectura de la Biblia en las escuelas públicas. Ambos sectores ceden y ambos ganan. Y sobre todo gana el país.
Que la tolerancia y amor que nos enseñó Cristo, que el respeto que nos mandan las leyes, sean los que primen y nos lleven a camino. La unidad es la mayor fortaleza de una nación, y estos son momentos en que debemos ser fuertes.