Uno mismo. Un concepto sugerente que se asocia a preguntas y respuestas existenciales. Uno mismo puede ser identidad, compañía y espejo.
Como identidad, uno mismo se vincula a la esencia que tenemos como seres humanos. Alma, cuerpo y espíritu. Seres con dignidad creados a imagen y semejanza de Dios. Expresión del Creador y de su grandeza.
Uno mismo es compañía para sí y para los demás. Don, regalo, expresión del amor de Dios, de la caridad y la bondad. El uno mismo es también somos porque como seres humanos no podemos prescindir del otro, de su cercanía y de la riqueza que nos aporta el amigo, el grupo, la familia y la comunidad.
Somos, como diría Aristóteles, animales sociales que para encontrar la felicidad debemos conectarnos con los demás congéneres.
El uno mismo también es reflejo. En neurociencia se habla de las neuronas espejo. Esas neuronas que tienden a activarse frente acciones observadas que son ejecutadas por otros seres humanos.
Esas son las neuronas que nos llevan, como diría Pablo en Romanos 12:15, “a gozar con los que se gozan y a llorar con los que lloran”. Nuestro cerebro está diseñado para la empatía. Tal vez como reflejo del alma que habita en nosotros.
Somos también eco. Nos lo recuerda la historia ‘La vida es un eco’ de un niño que le pregunta a su padre sobre las voces que retumban como eco repitiendo de forma estridente y devolviendo lo que los labios prefieren: palabras de amor o de odio. La explicación del padre es simple.
La vida devuelve lo que uno da. Si damos amor, recibimos amor. Si causamos heridas, heridas tendremos. Todo lo que va viene. Lo que se siembra se cosecha.
La vida es lo que somos y lo que damos. Como un eco, todo vuelve a nosotros de forma amplificada. El bien que hacemos y también el daño. Por eso debemos procurar hacer todo el bien posible y evitar el mal.